Este libro puede tener utilidad incluso para asuntos cotidianos aunque no lo parezca. Me refiero al recientemente publicado de Vicenç Fisas con el mismo título. Se subtitula Manual de procesos de paz en el mundo y se detiene en una docena de ellos felizmente terminados, es decir, situaciones en las que "ha estallado la paz".

Que por qué puede tener utilidad para el lector no interesado en asuntos distintos y distantes. Pues muy sencillo. 1. El conflicto forma parte de nuestra existencia: conflictos internos entre cosas que uno quisiera hacer que son incompatibles con otras cosas que quisiera hacer igualmente, conflictos con otras personas que tienen objetivos incompatibles con los propios, conflictos entre grupos que quieren lo mismo pero que es imposible que lo consigan ambos y sólo uno lo va a alcanzar. 2. Hay muchas formas de afrontar el conflicto que van desde la retirada (hay un personaje clásico, Arquíloco, que es lo que hacía, y que me resulta muy simpático) a la negociación pasando por la confrontación más o menos violenta, es decir, desde los insultos, la retirada de saludo hasta llegar a las manos y, en el peor de los casos, a las armas si es que están al alcance de la mano. 3. Hay muchas experiencias de afrontar el conflicto armado que pueden dar enseñanzas para conflictos menores en comunidades de vecinos, universidades o grupos que se reúnen periódicamente.

No hay varita mágica. La lectura del libro de Fisas puede iniciarse viendo que, entre los 82 conflictos armados surgidos desde 1960, la mayoría (casi el 50%) no se ha resuelto, algunos llevan muchos años (40, 50 años) y algunos han producido miles y centenares de miles de muertes, además de la destrucción, pobreza y desesperación que traen consigo. Sin embargo, algunos sí que han podido encontrar una salida que ha podido ser pacífica (el caso de Sudáfrica o de Irlanda del Norte) o igualmente violenta (Sri Lanka, masacrando, en una emboscada, a los Tigres Tamiles que llevaban bandera blanca de rendición).

Cierto que hay personas que disfrutan con la violencia (no necesariamente la física) y, en todo caso, con la confrontación. Es el comportamiento animal entre iguales (cuando es entre desiguales, el que se sabe perdedor abandona la contienda). Entre "animales supuestamente racionales" como se pretende que seamos los humanos, tal vez se pueden buscar alternativas a esos diversos niveles de violencia. Y el libro da muchas pautas para ello para ver el tipo de persona deseable, la forma de plantear el problema fuente del conflicto y el sistema para llevar a cabo la relación entre las partes en conflicto.

Primero, lo habitual. Personas con espíritu vencedor, sentenciadoras, inflexibles, duras (tipo Netanyahu, para entendernos), lo más probable es que planteen el problema como "mi" problema, recurriendo a los agravios padecidos a lo largo de la historia, sabiendo que tienen razón (su razón: Dios les dio esa tierra en herencia) y provocando procesos que sean favorables a sus tesis, adaptados a su personalidad y mirando siempre al pasado. Por supuesto, esperan resultados de suma cero: todo lo que yo gane es porque tú lo pierdes.

Lo ideal y que, de hecho, se encuentra en algunos de estos procesos de "paz por medios pacíficos" (no la paz de los cementerios, que es otra), es la de encontrar personas flexibles, contenidas (que no se ponga a gritar a la primera), empáticas (que saben ponerse en el punto de vista del otro), coherentes (que no usan los argumentos según les convengan), que reconozcan los errores y que mantengan una actitud de escucha (ojo: estoy citando a Fisas todo el rato). Obvio que así lo que se discute no es "mi" problema y "mis" razones, sino nuestro problema y nuestras razones en un proceso que mira al futuro y no al pasado y en el que se pretende que, con flexibilidad, todos ganen.

Crear situaciones propicias. Se pueden crear (no es fácil, como demuestran los resultados) situaciones propicias relativizando los problemas, buscando consensos amplios, generando contactos personales entre las partes en un clima de confianza mínima y reconociendo el daño que produce el conflicto y, como si fuésemos sujetos al juramento hipocrático, sin querer hacer daño a nadie.

Probablemente, lo más difícil (y pienso en el caso vasco) es aceptar que nadie gane todo ni nadie pierda todo. Lo que hace que los conflictos armados (y no sólo) se eternicen es esa irracionalidad de pensar que podremos alcanzar la victoria final aniquilando al contrario. Cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Estupidez.