Me encantan los experimentos mentales. Pueden ser tan buenos como los reales, esos que se hacen en el laboratorio, pero no necesitas tubos de ensayo, aparatos sofisticados y esas cosas. Uno que me gusta especialmente es el de La habitación china, debido a Jonh Searle, titular de la Cátedra Mills de Filosofía en Berkeley.

Se trata de lo siguiente: Una persona que no tiene ni idea de chino está encerrada en una habitación y tiene a mano un programa informático para manipular símbolos chinos. Entonces recibe preguntas en chino, mira en el libro de instrucciones qué es lo que se supone que se puede hacer y devuelve las respuestas en chino. Así que, dice Searle, hay un imput en chino y se produce un output en chino aunque no sepa una palabra de chino.

Visto desde fuera, parece que la persona en cuestión sabe chino, pero lo único que hace es ejecutar un programa. La computadora funciona manipulando símbolos y números (de hecho, cero y uno) pero no sabe lo que quiere decir. La mente, en cambio, tiene algo más que símbolos ¡tiene contenido semántico! De manera que si le preguntaran a esa persona cosas que entendiera en su propia lengua las respuestas serían muy diferentes.

Parece obvio. Pero no lo es tanto, dado que se ha instalado entre nosotros una cultura computacional que se parece mucho a lo que ocurre en la La habitación china. De hecho la imagen del cerebro y de la mente del ser humano que circula por ahí es claramente computacional: un flujo de "comunicación" pre-programado, independientemente de que sepa en qué está pensando.

A veces me parece, viendo a mis alumnos en clase, sobre todo los primeros días, que estoy encerrado en una habitación china. Y esto se debe a que les hago una pregunta y corren a los ordenadores ostentosamente abiertos a dar una respuesta: pero no estoy muy seguro de que vayamos más allá del lenguaje de los símbolos y de una cierta sintaxis. (Y dicho de pasada, me temo que "Bolonia", con sus innovaciones, va a instalar una enseñanza de tipo computacional de la cual la semántica será erradicada y donde, al final, cuando desaparezca por completo sólo quedarán en pie un inmenso gabinete psico-pedagógico que lo controlará todo).

Yendo más lejos, podríamos imaginar que los vastos espacios de la política, la economía, la justicia y lo que ustedes quieran se parecen cada día más a habitaciones chinas. El último pleno del estado de la nación podría describirse en esa clave: un intercambio pre-programado de palabras donde no hay una pizca de semántica, aunque visto desde fuera pareciera que sí. En la economía sucede lo mismo: plantee una pregunta y seguro que obtiene una respuesta, pero no está claro que uno y otro sepan lo que se están diciendo. Además, la economía, tal como se desarrolla, tiene la cualidad de que opera exclusivamente a partir de dinero, un ente abstracto e impenetrable, donde no hay semántica alguna.

Un mundo computacional tiene indudables ventajas: ahorra mucha energía mental. Te limitas a ejecutar programas y programas pero no tienes por qué calentarte la cabeza con nada relevante. Pese a todo, por más que todo conspire para mantenernos dentro de La habitación china, la mente, no sólo de las personas, sino probablemente la de los seres vivos en general, se rebela y quiere saber, interpretar, sentir, elegir, etcétera. La prueba la tenemos en el simpático pulpo Paul. Se le pregunta qué equipo va a ganar, una pregunta que obviamente entiende, y acto seguido elige de un modo que no está programado.

Y si un pulpo puede hacer esto, ¿por qué no usted o yo?