UNA. España ha ganado el mundial de fútbol. Nada menosÉ pero nada más.

DOS. Lo ha hecho con un estilo propio. Con personalidad. Generando doctrina. Con aportaciones estilísticas y morfológicas que confieren un plus de calidad, incluso de trascendencia, a su victoria. Tuvo en su día un estilo identificable Brasil. Lo tuvo la Holanda de los setenta. Algo Alemania. Como tuvo contraestilo Italia siempre. Y ha tenido, definitivamente, estilo España. Un estilo elegante que, ni siquiera la zafiedad de Maradona con sus comentarios despectivos consiguió enturbiar.

TRES. Ha marcado una época. Ganó la Eurocopa y dos años más tarde el Mundial. No fue producto de una coyuntura. No constituyó un episodio nacido de la suerte. No recogió el premio sorpresivo de la improvisación. Fue el triunfo del método. Y del método basado en la optimización de sus recursos naturales: unos extraordinarios profesionales y futbolistas. En otras ocasiones hubo futbolistas pero no hubo método. O hubo peloteros pero no profesionales. O ambos, pero volvió a faltar método. La confluencia de todo ello hará que se hable de que a principios del siglo XXI el fútbol fue gobernado por España.

CUATRO. Ganó un puñado de gente normal. Un potentísimo equipo de gente minúscula. La prepotencia de lo endeble. Una galaxia de antihéroes que a base de inteligencia, dinámica y clase acabaron exasperando a divos, atletas y gigantes convirtiendo la competición en el arquetipo de la vieja lucha entre el músculo y la astucia. Y le cupo a España el honor de regalar al mundo el triunfo de la inteligencia sobre la fuerza.

CINCO. Ganó un puñado de gente sencilla. "Si lo llego a saber no marco el gol". He aquí la clave de la impresionante adhesión popular a este grupo. Su sencillez. La victoria incita a la admiración. La victoria del humilde a la identificación, la solidaridad, la compenetración, el afecto. La victoria del fuerte es ajena, la del débil es propia. Por eso Madrid se desbordó. La gente se lanzó a rendirse homenaje a sí misma.

SEIS. Vicente del Bosque. Paradigma de la conducta grupal y de la operativa futbolística. Auténtico campeón del sentido común y de la templanza en un sector de la producción en el que se cotizan sobremanera la ocurrencia y la desmesura. No volveremos a meter el dedo en la decisión de Florentino de prescindir de él y en el histrionismo de Luis Aragonés a quien tan mal ha parecido sentar el triunfo de su sucesor.

SIETE. No cabe hacer ejercicios comparativos con la política. No procede oponer la exitosa experiencia de la selección a la enconada travesía de la política española. Por definición el equipo de fútbol obedece al concepto de unión. La política, por el contrario, obedece a la necesidad de confrontación. Los jugadores se coordinan entre sí en función de un único objetivo: desarrollar de la manera más eficaz el juego, y en ese ejercicio representan sin matiz alguno a toda una colectividad. Los partidos políticos pugnan entre sí en función de un único objetivo: defender los intereses del bloque social al que representan. Esta obviedad invalida la catarata de afirmaciones tan oportunistas como inconsistentes de quienes han pretendido poner el fútbol de la Roja como modelo de conducta política.

OCHO. Por la misma razón, resulta más rechazable aún el intento de algunos políticos de arrimar el ascua del triunfo en el mundial a la sardina de su propio partido. Las declaraciones de González Pons -unas de las más llamativas aunque no las únicas- proponiendo a Rajoy como el Vicente del Bosque de la política española resultan deplorables. Desvirtúan la grandeza misma del concepto de deporte como espacio común de que se dota la sociedad española por encima de las diferencias ideológicas, sociales o políticas. Los jugadores, que utilizan el músculo como herramienta de trabajo, han mostrado mucho más criterio y cordura.

Lecciones, en definitiva, de un triunfo que nos ha hecho felices, nos ha regalado unas semanas de excitación entre tanto tedio y nos ha subido la autoestima. Enhorabuena a todos. ¿Será verdad eso del 0,7 del PIB?