Para un correcto planeamiento urbano sería bueno conocer las costumbres de la población. Tras esta idea quisiera analizar una curiosa costumbre ilicitana. Cuando llega el solsticio de verano -San Juan en el calendario cristiano- se dispara una extraña alarma que mueve a los ilicitanos a repetir una emigración anual. Rápidamente empaquetan el ajuar necesario y se trasladan hacia las brisas del mar. Como otros pueblos nómadas, cambiaban de residencia con la climatología. Hoy día, más que bien, se trata de un veraneo posible prolongado en segunda residencia; pero hasta hace pocos años, el hogar del verano se reducía a una simple barraca sin agua, sin luz y sin servicios sanitarios de evacuación. La única exigencia de la barraca era su proximidad al mar, alineándose su asentamiento frente a la costa en una hilera sin fin.

Este recuerdo me lleva a la presencia de otro extraño pueblo con costumbres parecidas. Los "inuit" un raza de nómadas que viven en altas latitudes: esquimales para nosotros. Ellos construyen su vivienda invernal con un material de enorme capacidad aislante; ¿quién lo pensara?, el hielo. Así que trabajando desde el interior colocan bloques helados formando un desarrollo circular que cierra en cúpula. Por fin, rematan el habitáculo con un túnel de entrada en afán protector. De este modo, cada familia se acondiciona un iglú y en él, pasa el invierno comiendo la carne de foca almacenada y usando su aceite para iluminar. ¿Mas que sucede cuando llega el verano? La situación cambia. Y es que el iglú que tan bien había servido a su dueño en los meses fríos, se derrite rápidamente. Así que, al esquimal, no le queda otra solución que emigrar hacia la costa pernoctando en otro tipo de vivienda: el "tupiq". Vivienda ligera, transportable, hecha de pieles y palos mantenidos por la atadura de unas cuerdas. Entretanto el iglú abandonado ha vuelto a convertirse en nieve y más tarde en agua, y luego desaparece del paisaje polar. ¡Qué extraordinaria eficiencia en la gestión de residuos, se nos ofrece en este derribo¡.

Después de semejante preámbulo el hecho cierto es que algunos pueblos ajustan sus costumbres al calendario climático. Y parece probable que en un futuro no muy lejano, tengamos que volver a hacerlo. ¿Qué sucederá entonces en nuestra ciudad cuando se acople al clima? Podemos pensar que la crisis que vivimos no es más que una inestabilidad pasajera. La verdadera crisis histórica se va a producir con el cambio del modelo energético basado como sabemos en la quema de combustibles fósiles. Y cuando alcancemos este punto del agotamiento del petróleo ¿Cómo nos acomodaremos? Pensemos que el 40% de la energía consumida la destinamos a nuestras residencias. Frente a esto ya se ha comenzado a instalar energía solar en las viviendas a efecto de producir agua caliente sanitaria. Un problema añadido en nuestra zona es que en el verano, cuando la eficacia solar es máxima, una parte de la población habrá emigrado hacia la costa. Una medida que me lleva a puntualizar qué va a suceder cuando una parte importante de la comunidad ilicitana se ausente en verano dejando su instalación de energía solar produciendo agua caliente sin uso alguno. El calor se disipará añadiéndose a él, las vaharadas calientes de aire acondicionado volviendo infernal nuestra ciudad. Y conforme aumente el calor ambiental se responderá aumentando a su vez la potencia de los aires acondicionados. Así que añadiendo a esto el bochorno de agosto estaremos elevando la temperatura de Elche gracias a nuestros aparatos domésticos.

Este y otros planteamientos energéticos junto al mayor respeto hacia el medio ambiente, han conducido el planeamiento a una de las bases del urbanismo actual: la sostenibilidad. Nuevos conceptos de desarrollo sostenible hacen que los próximos planes generales debamos enfocarlos desde una perspectiva más global, incluyendo los intercambios energéticos que supone los nuevos desarrollos urbanos. Será necesario prestar mayor atención a las transformaciones y a la utilización del territorio, contemplando el impacto producido en el medio natural y qué cantidad de medio natural necesitamos para mantener el equilibrio energético y ecológico. Aunque en el fondo la crisis profunda de la humanidad reside en la separación del hombre y la naturaleza. La disociación de las costumbres sociales del medio climático existente en nuestra ciudad puede conducirnos a un consumo insostenible de energía. Cabe como fundamental una nueva filosofía en la simbiosis hombre-naturaleza. Hay que crear un nuevo marco de pensamiento para los nómadas de la nueva era. Ese ilicitano que tendrá negocios en cualquier parte del mundo y vivirá en continuo desplazamiento. Hay que dejar atrás la estabilidad de los pueblos. ¡Ganar la aventura!