El Mundial de Sudáfrica lo ganó España y lo perdió Florentino Pérez. Dicen que la venganza se sirve en plato frío. De ser así, Vicente del Bosque habría aguardado siete años para lanzarle un trozo de la tarta de celebración mundialista al presidente del Real Madrid, que ha visto como sus principales acciones futbolísticas se han devaluado en la Bolsa sudafricana (Ronaldo, Kaká) al tiempo que crecía como la espuma el valor de los activos (Sneijder, Robben) que malvendió en un parqué que hace chanzas del nefasto modelo de gestión empresarial de la Casa Blanca. Si no fuera porque el vengativo es persona que guarda sus heridas abiertas y las cicatrices de la turbulenta salida de Del Bosque del Madrid parecen tan cerradas como la costura que el charro esconde en una pierna de una rotura de menisco de sus inicios futbolísticos, cabría pensar que la sonrisa más truhán del seleccionador con la copa de oro macizo en las manos iba dirigida a quien ordenó su decapitación madridista la fatídica noche de San Juan de 2003.

El 24 de junio de ese año, el presidente del Real Madrid prescindía de Vicente del Bosque al timón de la nave madridista al considerar que el ciclo del salmantino mostraba "síntomas de agotamiento" y era, a su juicio, el momento de buscar un entrenador para la primera plantilla "más tecnificado desde el punto de vista de la estrategia y de la táctica". Del Bosque le había dado al Madrid, el equipo de toda su vida, dos Ligas españolas, dos de Campeones, una Supercopa de España, otra Supercopa europea y la Intercontinental. Le despidieron en un pasillo y sin muchas explicaciones porque su imagen física y futbolística no encontraría acomodo en la pasarela del vedetismo galáctico que el ejecutivo Pérez tenía previsto instaurar en Chamartín. Ya Santiago Bernabeu había mostrado antaño su disconformidad con la melena y el enorme bigotón que Del Bosque lucía al trote sobre la medular. De su porte cansino había hecho también risas el mítico Miguel Muñoz, quien en un entrenamiento en la Ciudad Deportiva le espetó en cierta ocasión: "A ver el de Salamanca, que tiene un culo como el de Doña María" (en alusión a la esposa de Bernabeu). Al Del Bosque jugador, un radiofónico de éxito en los años setenta, Héctor del Mar, argentino, lo apodó "Cámara Lenta" por la parsimonia de su toque, inversamente proporcional a su visión del juego. En el fútbol mediático de las tres dimensiones, Florentino prefería en el banquillo a un director de la nueva hornada del mundo digital, un organizador de "casting" que huyera del viejo cine con el que la planta noble de Concha Espina identificaba al actual seleccionador. Y se trajo a Queiroz, que pasó de subirle los cafés a Ferguson en el Manchester a pilotar un carísimo Testarossa. Y resultó un fiasco: Queiroz sólo tenía de galáctico el nudo de la corbata.

Si un Mundial se antoja el principal escaparate mediático, el Del Bosque al que Florentino Pérez condenó al destierro por su supuesto atraso táctico se muestra ahora como el rostro amable de la modernidad futbolística. El hijo del ferroviario represaliado que vivió su infancia en la popular barriada salmantina de Garrido pisa ahora la moqueta de los titulares de prensa como el abanderado del fútbol más efectivo y efectista que se practica en el planeta, el de "La Roja". Curiosa paradoja: el Real Madrid de corte empresarial que a la llegada de Pérez se convirtió en objeto de estudio de las escuelas de negocios prescindió alegremente de un técnico al que casi una década después el mundo pone como modelo de excelencia en la gestión de grupos.

Gerardo Castillo, doctor en Pedagogía del Departamento de Educación de la Universidad de Navarra, incluyó el testimonio de Vicente del Bosque entre el de otros 28 personajes relevantes de distintos ámbitos de este país en su libro Confidencias de casados, famosos y felices. Claves para crecer en el matrimonio. En una breve entrevista, el seleccionador explica que el nacimiento de su hijo Álvaro con síndrome de Down le sirvió a él y a su mujer, Trinidad López, toledana hija también de ferroviario, para aprender "a relativizar las cosas". Relativizar el éxito y el fracaso, el despido improcedente y la elevación a los altares. La venganza ciertamente se sirve en plato frío, pero Del Bosque parece más bien alinearse entre los que piensan que no hay mayor venganza que el desdén.

El Real Madrid empresarial, objeto de estudio de las escuelas de negocios, despreció a un técnico al que el Mundial ha puesto como modelo de excelencia en la gestión de grupos