El presidente tuvo el gesto de ir hasta el autobús para recibir a los mejores del mundo en La Moncloa. Algunos de ellos tuvieron que volver tras haber pasado de largo. Delgadez extrema al margen, resulta difícil reconocer ciertos perfiles del presi últimamente y, si no, que se lo pregunten a sus seguidores, a los que les sale sarpullido cada vez que se les recuerda hacia dónde ha girado el hombre el foco de la reforma. A ellos, a los incondicionales pero menos, dirigió ayer su desafío hablando en pasado de los meses duros y apelando a que, con ajuste y demás, saldremos de ésta más pronto que tarde. En su venta del paquete a falta del tocamiento a las pensiones, se atrevió a asegurar que este débil crecimiento alcanzará también al empleo en el último trimestre del año. Y que esa recuperación va más rápida que en otros países lo que, teniendo en cuenta sus antecedentes, impresiona un poco. En cuanto a impresión, el oponente no se queda atrás. Ya González Pons nos dejó turulatos en la previa al sentenciar que "Rajoy es Del Bosque". "No fotis", pensaría Duran i Lleida al que se le pasaría por la cabeza darles con un recurso de inconstitucionalidad por suplantación antes de advertir que, en este caso, el suplantado es de Salamanca. Durante la jornada parlamentaria, sin embargo, el seleccionador del pepé no fue suplantado por nadie. Cuando se reclama mayor productividad para combatir la recesión, Rajoy empleó la ley del mínimo esfuerzo. Su única propuesta, una historia propia del otro: que convoque elecciones. Y su escuadra tampoco le anduvo a la zaga. González Pons, que está que se sale -cualquier día de estos se va a quedar fuera sin darse cuenta-, insistió tanto en el cambio que había pegado Zapatero que transmitía la sensación de que les encantaba cómo era. Dentro de la nadería, ambas bancadas se turnaron sin embargo en vitorear al suyo con frenesí. A pesar de no ponerse ni rojos, admitámoslo. Son unos campeones.