El novelista brasileño Paulo Coelho dice en una de sus miles de reflexiones : "Hay en el mundo un lenguaje que todos comprenden, es el lenguaje del entusiasmo, de las cosas hechas con amor y con voluntad en busca de aquello que se desea o en lo que se cree". Parece escrito pensando en La Roja, el grupo de hombres que se diría tocaron el cielo con su triunfo en Sudáfrica. Para que una orquesta suene bien se requieren básicamente dos elementos: intérpretes de máximo nivel y un buen director. La Selección Española de Fútbol así lo entendió y el resultado es de todos conocido; después de muchísimos años la palabra España ha sido pronunciada con nobleza, de forma limpia, por millones de hombres contagiados por el entusiasmo de veintitrés pares de botas. Pero detrás del esfuerzo colectivo hay otro elemento fundamental: el factor humano. Cada uno de los grandes protagonistas de un suceso que perdurará muchos años como el gran revulsivo de un país, España, y una época convulsa en todos los aspectos, habrá tenido seguramente un factor motriz de la hazaña. Pero solo uno, Iker Casillas, el gran capitán de la escuadra, tuvo la oportunidad de descargar públicamente toda la adrenalina acumulada durante el mes más importante de su vida profesional plantándole un besazo a su novia al acabar el partido definitivo. La periodista Sara Carbonero y el deportista más deseado sellaron con ese beso una suerte de venganza contra la murmuración y la crítica malintencionada que pusieron en duda la profesionalidad de ambos, y que debieron soportar por jugar al mismo tiempo en canchas parecidas. La tensión, la concentración y la contención de emociones de este hombre, en un cometido tan distinto al de sus compañeros que tienen la oportunidad de correr y desfogarse un mucho, terminó con ese beso espontáneo y arrebatado. ¡Olé tus cÉ., Casillas! ¿Y qué decir de los millones de personas que aclamaron a los gladiadores por las calles de Madrid, a su regreso? Por mucho que yo opine que una vez más nos hemos mostrado como lo que somos, un país excesivo, comprendo perfectamente que necesitábamos -y ahora más que nunca- mitos próximos, humanos y tocables, por famosos que sean. Y es que las personas raramente son famosas por lo que dicen, hasta después de que son famosas por lo que han hecho. Manolo Escobar puso el punto racial para cerrar la larguísima y multitudinaria celebración del regreso de los dioses rojos con su Que viva España, faltaba másÉPero para mí el broche de oro de la hoy todavía increíble hazaña española fue ese beso.

La perla. "La verdadera medida de nuestra valía se compone de todos los beneficios que los demás han obtenido de nuestro éxito (Cullen Higtower).