Nada mejor que el fútbol para demostrar que hay cosas capaces de unirnos, de agruparnos en torno a un mismo sentimiento, llamémosle de nación, y de hacernos envolver a catalanes, vascos, valencianos, andaluces... etc, etc bajo la misma bandera. Y nada mejor que la manifestación del pasado sábado por la calles de Barcelona para dejar patente que la vía de la imposición sólo sirve para crear distancia, para remarcar las diferencias y para fomentar el separatismo y el independentismo. Porque España, este país que, cabe recordar, apenas tiene cinco siglos de existencia tal y como lo conocemos hoy, sólo es posible en su versión más permisiva y a la vez más integradora, en la que se saben sumar las diferencias, respetar las identidades y donde la imposición no tiene lugar. Evidentemente que hay catalanes, vascos, gallegos o valencianos que ni así quieren formar parte de esta nación y que usarán todos los medios a su alcance, siempre respetables si son democráticos, para romper con la idea de país que todos nos hemos dado a través de la Constitución y que ha servido de perfecto marco de convivencia en los últimos casi ya cuarenta años. Pero de la misma forma que no podemos ser ingenuos pensando que todos van a aceptar estas reglas del juego, tampoco debemos serlo aumentando el número de disidentes por no tener la suficiente altura de miras para entender a aquellos que quieren aumentar más su autogobierno. Porque de qué estamos hablando, ¿de imponer el sentimiento nacional o de hacer, como con el fútbol, que nazca del orgullo de pertenecer a un país? Lo primero ya se ha demostrado que no funciona, nos costó miles de vidas en una guerra civil y 40 años de dictadura. Lo segundo, nada más tenemos que mirar a la primera potencia mundial, es probablemente la única posibilidad. Y si para ello tenemos que avanzar hacia un estado federal, demos el paso.