La creación del euro como moneda única para la mayoría de los países de la Unión Europea ha sido uno de los más relevantes hechos históricos en el campo de la economía política. Desde su creación como unidad de cuenta, en 1999, y posteriormente su uso como medio liberatorio de pago en manos de los particulares, desde 2002, ha venido acompañado de unos años de desarrollo económico, bajos tipos de interés y elevada inversión. Sin embargo, ahora no parece estar el euro en sus mejores momentos. Actualmente se manifiesta una crisis económica y financiera, desvalorización del euro y se están tomando medidas para reducir el déficit público y el montante de la deuda emitida en casi todos los países europeos. En los primeros seis meses del año 2010 ha habido una elevada especulación y ataques desestabilizadores a la moneda única europea. Al menos eso es lo que dicen las autoridades europeas. El presidente de turno de la Unión Europea durante la primera mitad del 2010, don José Luis Rodríguez Zapatero, tuvo que explicar y defender las medidas económicas coyunturales que se han ido tomando durante su Presidencia de la Unión Europea. Esta defensa la realizó en el Parlamento Europeo de Estrasburgo el día 6 de julio de 2010.

Sin dejar de lado cuestiones coyunturales que justifican lo anterior, me atrevo a decir que en el irregular funcionamiento del euro también hay cuestiones estructurales que conviene saber y que son difíciles de hacerlas desaparecer, aunque las medidas del Sistema Europeo de Bancos Centrales compartido, dirigido por el Banco Central Europeo, sean totalmente correctas. Existe una teoría de las áreas monetarias óptimas que dice que las zonas que tengan homogeneidad económica pueden facilitar el uso de una moneda común que haría aumentar el comercio entre ellas, los movimientos de los factores productivos, del capital y la estabilidad del tipo de cambio de la moneda fijada. Pero, ¿qué ocurre en la Unión Monetaria Europea (UME)? Pues sencillamente que hay poca homogeneidad entre los países del Norte y del Sur europeo. Sus diferencias son culturales, lingüísticas, de estructura económica, de nivel de riqueza, sociales, e incluso legislativas de cada Estado. Un ejemplo: mientras los países del Norte suelen fijar salarios según productividad, los del Sur los fijan según capacidad de compra, lo que supone un permanente diferencial de competitividad. El Norte es exportador y el Sur importador. Incluso la moneda única puede generar la tentación de reivindicaciones salariales igualitarias entre los países que componen la UME y cuyas capacidades de adquisición y en términos de renta per cápita son muy distintas. También ocurre que la fiscalidad es diferente y que no hay ajustes automáticos para los casos de desviación de los planes de estabilidad y crecimiento cuando un Estado no lo cumpla. Por eso afirmo que tenemos un "euro asimétrico".

La asimetría no es buena. Y sus consecuencias tampoco. Después de más de diez años de funcionamiento el euro se encuentra en una tesitura algo incierta. La crisis económica lo ha puesto a prueba y los acontecimientos que puedan surgir para la moneda única hay que considerarlos como totalmente trascendentes para Europa y para su protagonismo económico internacional. Me duele lo que últimamente estoy escuchando de que habría que fijar dos distintos euros, el "euro del Norte" para los países más potentes y el "euro del Sur" para los que tienen problemas de déficit y endeudamiento público. Naturalmente el del Norte tendría un tipo de cambio de mayor valor. Y ya se imagina el lector en cuál estaría España. Sería como volver a "la Europa de dos velocidades" de la que se hablaba a finales del siglo pasado y de la que nuestro país tanto le costó salir.