El pasado día tres entró en vigor la nueva Ley del Aborto. Mucho se ha discutido sobre ella, y ha sido objeto de encendidos debates. Los movimientos pro vida han realizado una encomiable labor, y sería una lástima que su mensaje se perdiera en el tiempo. No se trata ya de criticar lo que dice un partido u otro, o de comparar que se permite en tal o cual país. Se tratar de difundir una cultura nueva, más auténtica y ecológica; se trata de cambiar la mentalidad de muchos hacia un compromiso mayor con todos los que poblamos el planeta: el compromiso de proteger toda vida humana desde su concepción hasta su muerte natural. Todos tienen derecho a la vida: cada ser humano, cada persona, ya sea todavía no nacido, ya sea un delincuente, ya sea un alguien que no se vale por sí solo, de cualquier raza, de cualquier pueblo, de cualquier tendencia. Su vida merece ser vivida, nadie tiene potestad para interrumpirla.

Nuestra convivencia en democracia se basa en la defensa del individuo, de cada individuo. Todos los ciudadanos de una sociedad democrática deberíamos estar seriamente comprometidos con lo que supone el sufrimiento del otro. Pero, con mucha más razón, con todo aquello que permite la muerte de nuestros semejantes: las acciones armadas, el terrorismo, la pena de muerte, la interrupción del embarazo, la eutanasia, la congelación de embriones, etc.

Todas las leyes abortistas son fatales para una democracia. Pero ésta da un paso definitivo. El aborto ya no es un delito, el embrión no se ve como un bien que hay que proteger. Se puede abortar sin declarar ningún motivo, sin pedir permiso ni siquiera a los padres. Hemos rebajado al ser humano a la categoría de grano.

Por todo ello, es bueno que los movimientos pro vida no se desanimen y sigan peleando como lo están haciendo hasta ahora. Quizá desde distintas perspectivas e, incluso, puntos de vista. Pero siempre con la conciencia del gran papel que están jugando. Puede ser cosa de decenios, incluso de siglos. Pero hemos de concienciarnos de que no se trata sólo de cambiar tal o cual norma, sino de dar a conocer nuestro proyecto, de cambiar poco a poco la mentalidad de las gentes. Muy buenas me han parecido las iniciativas legislativas "Red Madre" o "Más Vida". Pienso que ése es el camino. Nosotros no pretendemos juzgar a nadie. Pero pretendemos hacer ver que estar abiertos a cada vida humana como un don, no es un retórico discurso "católico-conservador": es una actitud vital que puede dar sentido y plenitud a toda una existencia humana.

Sin grandes acometidas políticas ni proclamas incendiarias, sería plausible que cada uno reflexionáramos sobre lo que significa una vida humana aún no nacida. Estamos tan acostumbrados que quizá no nos demos cuenta de forma cabal de lo que matamos cuando se interrumpe un embarazo. Hemos de cambiar, todos, nuestra percepción de la realidad que nos circunda, de lo que realmente está pasando, aunque no lo veamos. ¿Podemos mirarnos los ojos los unos a los otros, en un mundo en donde nacer o no nacer es una cuestión de suerte? Creo que se trata de un dilema de calado, y el próximo día tres, triste día en verdad, nos invita a un reflexión serena.