Aunque sólo fuera por no ver a Pablo Motos y sus chuminadas, con sus saltos absurdos, con sus friquis cretinos, su falsa sonrisa, su Flipy en horas bajas, y su público borreguil, lo digo alto, bienvenido La isla de los nominados, programa que mañana ocupa el lugar de El hormiguero, cuya audiencia, supongo, necesitará un descansito. Aunque sólo sea por ver a la gran Josele Román en esa isla de pega haciendo de concursante de pega en un escenario de pega junto a unos tarambanas de verdad, merece la pena dedicar un rato a una tira que, prima de Camera café, ha parido Luis Guridi. El esquema es el mismo, escenas cortas sobre un asunto determinado. Potente, atrevido, hilarante, absurdo, y por tanto capaz de plantear cuestiones muy serias como el repentino amor, deseo sexual incluido, que siente el personaje de Carlos Areces por un coco.

Es su coco, es su amor, está en la isla, y si es uno más de la conca, se pide lo obvio, que se le respete. Pero surge la disyuntiva filosófica. ¿Se puede nominar al coco, el coco tiene derecho a voto? Los paródicos concursantes viven en su mundo cuando en la tierra no hay supervivientes, es decir, ni siquiera saben que La Roja se juega esta noche unas líneas en el libro de la historia, gane o pierda, y que sus jugadores están nominados para ser los mejores del planeta. Los nominados de la isla están colgados en su sueño, los nominados españoles, de la realidad, a un paso del sueño. Si hace unos días la audiencia subió hasta casi el 80%, hoy quizá estallen los audímetros frente a Holanda. Es decir, España vivirá esos momentos de comunión nacional y se parecerá al guión del equipo de Luis Guridi, gente que vive algo ajena a lo demás, nominada. Hasta la noche.