La ministra de Igualdad, doña Bibiana Aído, ha dicho que las mujeres que llevan burkas son víctimas y que por tanto prohibirlos supone una carga para ellas, motivo por el cual está en contra de dicha prohibición. No comprendo el razonamiento de la ministra. Si trasladamos su razonamiento a otros supuestos nos encontramos con una auténtica barbaridad. Si, para evitar a una víctima de malos tratos el esfuerzo y miedo que en muchos casos supone la denuncia, en la policía o en el juzgado, del hombre que la maltrata y que vive con ella, le dijéramos que no denunciara nos cargaríamos de un plumazo la Ley Integral. Es cierto que debemos evitar la victimación secundaria, es cierto que debemos ayudar a las víctimas pero también es cierto que no podemos mirar hacia otro lado.

Con sus declaraciones la ministra está reconociendo que las mujeres que llevan burkas lo visten obligadas por sus maridos, madres o padres, obligadas por su cultura, y que los visten desde una edad tan temprana que salir a la calle sin ellos hace que se sientan desnudas. Llegan a sentir que el burka las protege de tal manera que no salen a la calle sin él. Quitarse el burka supondría una rebeldía de tal calibre que probablemente se verían expulsadas de su entorno natural, de la misma manera que la mujer maltratada, cuando decide denunciar, se siente amenazada y expulsada del entorno en el que antes de la denuncia se movía.

Estoy segura de que las mujeres que llevan burkas deben ser ayudadas para que abandonen esta indumentaria que, qué casualidad, sólo obliga a las mujeres y no a los hombres que, qué casualidad también, son los que más hablan defendiendo una indumentaria tan indigna como ésta y que, por lo expuesto, constituye una discriminación. La ayuda debe pasar por el hecho de que no nos deje indiferente el verlas pasear por nuestras calles, de la misma manera que no nos deja indiferente el ver a una mujer con moretones en la cara o a un hombre insultar a su pareja.

No podemos permitir que mujeres como nosotras se vean obligadas en nuestro país a llevar prendas que no solamente son discriminatorias sino que además constituyen un peligro para la salud, al menos visual, de las que lo tienen que llevar, y un peligro para la seguridad de la portadora que ve su campo de visión muy disminuido. Desde luego el marido puede estar tranquilo pues vestida de esta guisa su mujer no va a levantar ningún deseo en otro hombre. Esas mujeres, vestidas con el burka, parecen fantasmas que deambulan discretamente por nuestras ciudades, y deambulan casi siempre tres pasos por detrás del marido o compañero.

Creo que es nuestra obligación ayudarlas. Creo que debemos educar en la libertad, y debemos educar en libertad especialmente a sus maridos, padres y madres que son los que las obligan, desde la más tierna infancia, a tapar su cuerpo. No hace tanto en España pasaba lo mismo. Es cierto que no llevábamos burkas, pero nos obligaban a llevar lutos interminables de tal manera que nuestra vida se perdía entre cuatro paredes y de negros lutos por parientes que ni siquiera eran de nuestra sangre. Hoy en día nos sorprendería ver por la calle a una mujer española con manto negro y hábito negro cuando no hace tanto si la mujer no se vestía de esta guisa era criticada gravemente pues se llegaba a cuestionar hasta su honestidad. Los lutos han sido erradicados de nuestra cultura tradicional gracias a los hombres y a las mujeres españoles. Y, oiga, no ha pasado nada de nada.