Todos los años al iniciarse el mes de julio se repiten los mismos forcejeos de opinión entre los que poseen cierto criterio sobre cómo va a discurrir la temporada veraniega. La importancia que el comportamiento del turismo tiene sobre nuestras economías junto a la necesidad de ofrecer titulares en los medios de comunicación dispara la carrera de previsiones intentando anticipar el escenario que se producirá al cabo del verano. Esto ocurría en el pasado, ocurre ahora y (¡ay!) me temo que seguirá ocurriendo en el futuro. No importa que antaño contáramos con datos fehacientes obtenidos por las reservas que mayoritariamente se producían vía turoperadores con bastante antelación. Lo mismo da que ahora las reservas se produzcan a última hora. Y vete a saber cómo se reservará (si es que se reserva de algún modo) en el futuro. Cualquiera que sea el procedimiento de obtención de los datos de ocupación turística seguiremos dando cifras (¿no sería mejor decir inventando?) sobre cómo va a transcurrir la temporada. Tanto si se tienen datos serios, como ocurría antes, como si, como ocurre ahora, estos son más aleatorios, seguiremos haciendo pronósticos sobre la ocupación que está por venir. Es tal la curiosidad y la necesidad de anticipar los resultados que el día primero de agosto, a los responsables políticos y sectoriales la pregunta obligada sigue siendo: "¿cómo ha ido el verano?".

Esto de la ocupación turística ha adquirido, además, caracteres competitivos. Pero no crean que se persigue una meta clara como sería la de batir récords al alza, no. Entre los competidores de esta carrera, por extraño que parezca, no se pelea por dar las cifras más altas. Unos corren hacia adelante dando buenos niveles de ocupación, mientras que otros corren hacia atrás ofreciendo cifras más negativas. Pero el espectáculo, que ya resulta desconcertante hasta aquí, alcanza tintes de esperpento cuando los unos recriminan a los otros la inconveniencia de su versión. Los pesimistas (que llamaremos "pesis") dolidos, recriminan a los optimistas que si publican cifras de "lleno" (por ejemplo: Los hoteles de Benidorm están al 85%) se desincentivan las ventas; mientras que los optimistas ("optis", para los amigos) con gesto torcido, discrepan de los pesimistas aduciendo que si se trasmite la idea de "vacío" (por ejemplo, Benidorm tiene tantas mil plazas aún sin vender) es cuando se vende menos o se hace a precio menor.

Como nunca vamos a poder precisar científicamente la ocupación de un municipio o territorio y siempre discurriremos por el terreno de las especulaciones, mejor desistir de averiguar si la razón está del lado de los "pesis" o del de los "optis". ¿Para qué serviría? Los dos equipos tienen datos que consideran incuestionables, así que lo mejor es dar a ambos lados la razón en cuanto a las cifras. Pero en cuanto a los argumentos que se manejan sí vale la pena entrar a debate.

Nunca podré entender que publicitar una mala situación de la venta de determinado producto anime a los potenciales compradores a demandarlo y a pagarlo mejor. No me puedo imaginar a un tendero recomendando que le compren sus patatas porque nadie las quiere mientras que a la competencia se las quitan de las manos. Y vender turismo, aunque sea un comercio más sutil no tiene por qué resultar diferente. Es más, tengo claro que ejerce menor atracción un destino turístico vacío que uno bien ocupado. Al turista le seducen los lugares de éxito mientras que rechaza los que no lo tienen. Y ese sería el quid de la cuestión: que a lo mejor lo que ocurre es que unos tienen una apreciación positiva de su producto y otros la tienen negativa. Cada cual conoce su subsector y no digo que los "pesis" no tengan conocimiento de su realidad. Incluso es posible que estén en lo cierto y la situación del mismo no esté para tirar cohetes, pero seguro que la solución no pasa por pintar y divulgar entre los compradores el peor cuadro posible. Aunque la percepción de los "pesis" esté motivada, no tienen que tomarse tan a mal la visión de los "optis" y negarles su derecho a opinar consecuentemente con su realidad.

En estos casos yo me decanto por los que aplican la fórmula más inteligente. Y la más inteligente, para mí, es la más beneficiosa para el negocio. No hay que mentir, eso no. Pero si no somos capaces de decidirnos por una postura única y absoluta y se permite la elección, yo me inclino por la más conveniente ("allò que més convinga, xiquet"). Este es el método que me aplico: Me imagino una escena teatral en la que interviene un comprador y un vendedor de los "pesis", voy analizando las caras que ponen uno y otro según desarrollan sus estrategias negociadoras. Luego la escena tiene como protagonistas al mismo comprador y a un vendedor de los "optis", sigo con la observación facial y luego me pregunto: ¿a cuál de los dos vendedores le encargaría que vendiera mi producto? Uno con aspecto gestual débil, apocado, necesitado, transmitiendo la precaria situación del negocio. El otro más confiado en las posibilidades de su producto, sin arrogancia pero aparentando tranquilidad y seguridad en la situación. No hay duda, confiaría mis intereses al segundo.

Claro que no debe ser tan fácil y a lo mejor es cuestión de carácter, de forma de ser o puede que influya la situación personal y vivencial en la elección de postura (yo no contesto las encuestas de la misma manera si me siento exultante o deprimido -a veces ni las atiendo-). Lo digo porque hay empresarios de éxito tanto en un lado como en el otro y seguro que se justifican en su postura persiguiendo sus intereses. ¿Quién soy yo -ni nadie- para enseñarles a defender mejor sus negocios después de que hayan sido capaces de encumbrarse económica y socialmente en todo lo alto?

Además, así al año que viene podemos seguir hablando de lo mismo.