Cinco años llevo ocupándome, como alicantino amateur, del bendito Plan Rabassa, que tan distraído es, y puedo asegurar que casi todas las novedades han ocurrido en períodos vacacionales, prevacacionales u otras fiestas de guardar. En ello veo su carácter de maldición bíblica, que nos obliga a algunos a ir con la lengua fuera buscando información, reelaborando argumentos y escribiendo artículos en vez dedicarnos al solaz y la contemplación. O sea, que pasadas las Hogueras y ascendido el Hércules, se nos dice que hay un Auto del TSJ que levantaría la suspensión cautelar sobre el plan. Como cuando escribo esto no conozco el contenido del Auto y ya bastante liada está la cosa jurídica, no me meteré en esas honduras, que nada hay más ingrato que glosar un texto legal ignorado y deducir de ello conclusiones definitivas. Los hay capaces de eso y de mucho más, pero yo no.

El asunto es que hoy el plan no estaría suspendido, mañana no lo sabemos y pasado tampoco. Porque aunque se levantara esa suspensión nada impediría al TSJ volverla a decretar inmediatamente, y tanto más cuando los recurrentes aún no han formulado sus demandas definitivas. La imagen de unos señores, ataviados de togas, en pleno verano, dilucidando todos los entresijos de una cuestión judicial más compleja que el Estatut de Catalunya, me provoca un escalofrío de solidaridad. Por nadie que pase. Aunque, vete tú a saber, la decisión ulterior puede tomarse para Navidad, o para las próximas Hogueras. Nadie es ya dueño del tiempo en esta cosa tan rara. Lo que nos aleja un paso más de la realidad y aproxima el Plan Rabassa a la materia literaria: escrita por Borges, KafkaCalvino es algo que dejo a los gustos del lector.

Pero eso no es lo más grave: la dilución absoluta de la realidad afecta al Plan Rabassa en sí, en cuanto que proyecto urbanístico, en cuanto que dibujo, en cuanto que álbum de infografías, en cuanto que máquina generadora de ideas autolegitimadoras. Porque los jueces, ahora o luego -y, desde luego, definitivamente será muy luego-, dirán lo que tengan que decir sobre un plan que, en su esencia, ya no existe. En realidad nunca ha existido. Porque nunca pasó por la cabeza de sus defensores principales que se fuera a construir esa aberrante ciudad que haría de Alicante su suburbio fundamental. Se trataba -lo dijimos, y nos atacaron unos cuantos- de controlar millones de metros cuadrados para estar en disposición de organizar otros muchos cotarros. Pero como no se podía asumir públicamente, se aludió a la urgencia de las casas, y, en especial, de VPO: ¿es preciso recordar las martingalas y promesas, todas incumplidas, que nos fueron colocando? Pero lo mejor estaba por llegar. Y llegó exactamente en el momento en que se produjo la aprobación del plan y los que controlaban, al fin, el suelo, podían pasar de las musas al teatro. Y se nos apareció Ikea, rodeada por dos ángeles megacomerciales. Good bye, VPO.

O sea: que lo que los magistrados tienen que enjuiciar es un plan que nunca se hará, por más que levanten la suspensión y lo bendigan con agua del Jordán. Si el Auto dice que bien, que, provisionalmente, puede tirarse para adelante: ¿veremos alguna excavadora preparando cimientos antes de que acabe el año? Por supuesto que no, que debajo ya no hay tesoros. Lo más que veríamos sería acelerar la tramitación de los centros comerciales que para eso Ikea se encarga de elaborar los informes pertinentes sobre tráfico e impacto comercial en una muestra exquisita de cuidado por lo público. ¿O alguien imagina que unos informes pagados por la multinacional desaconsejarán su instalación?

Pero es que lo que el TSJ tiene que decidir es la idoneidad jurídica de un planÉ ¡en el que no está Ikea! Para entendernos: de los 4,2 millones de metros el plan ya perdió varios centeneres de miles para uso ferroviario (AVE) y ahora Ikea y los macrocentros, con aparcamientos y viales, se llevaría otra parte considerable. ¿Qué queda, pues, de lo aprobado?, ¿qué queda de aquellos proyectos tan bonitos con los que se nos saturó publicitariamente hace unos meses? Más sustantivamente: ¿alguien puede decir cuántas viviendas caben tras estas cosas?, ¿cuántas serían VPO?, ¿cómo se redefinen las zonas verdes y otros equipamientos?, ¿existen estudios que nos digan cuándo habrá demanda de vivienda para lo que sea menester? El nuevo PGOU, el de los tristes destinos, se ha ido hacia la Generalitat sin haber arreglado la integración del plan, con o sin Ikea, y la inclusión de éste -nueva máquina de legitimar el desaguisado- precisa de una reforma del plan parcial: ¿pero cómo podrá hacerse si persiste la suspensión o si se presentan nuevos recursos?

¿Qué queda, después de todo esto, aparte de crispación, ilusiones perdidas y togas sudorosas? Pues no se sabe. Nadie lo sabe. Quizá un auto sacramental que regule macrocentros de protección oficial, lagunas trastocadas en fiordos suecos, 4 millones de viviendas o 14.000 aparcamientos. Basta con que baile un concepto para que lo que se suspenda, se apruebe o se prohíba, nos lleve directamente al País de Nunca Jamás. Pero, en fin, dejémoslo aquí: no debemos especular con el Plan Rabassa.