Algunos tiroteos verbales recuerdan, por su ejecución, a las refriegas de gángsteres de Chicago años 30, o a las de ahora mismo en México. El caso es que sale, por ejemplo, Bono de su casa y le lanzan, desde la acera de enfrente, una ráfaga de sospechas acerca de su patrimonio, de su hípica (¿a quién se le ocurre, por Dios, tener una hípica?) y de sus relaciones con El Pocero. La refriega no sale gratis a los pistoleros verbales del PP: cuatro días más tarde, viene un tipo duro de fuera, quizá contratado de ex profeso para este trabajo, y asegura que María Dolores de Cospedal exigió al entonces presidente de la Caja Castilla-La Mancha que colocara a Ignacio López del Hierro, su actual marido, en dicha entidad. "Yo acepté", añade Hernández Moltó, ex presidente de la institución, "porque entendí que era el precio por pacificar la caja". Haberlo dicho antes, hombre. Una persona seria no debería aceptar chantajes.

Mientras escribo estas líneas, los disparos siguen. A éste le pillan comprando una manzana, como al Padrino, a aquél saliendo de un restaurante, al otro celebrando la boda de su hija. Los honores y la dignidad de las personas se retuercen en el suelo, víctimas del plomo retórico que se lanzan unos a otros, mientras las personas ingenuas se preguntan, nos preguntamos, quién llevará la razón. En las películas de gángsteres no había forma de saberlo porque hasta la policía estaba comprada. Y aunque nuestros jueces, siete u ocho años más tarde, digan que la hípica de Bono era legal o que López del Hierro era inocente, ya no hay manera de sacar de la masa encefálica de los lectores de periódicos las esquirlas de la duda. Hay sangre y sesos simbólicos por todas partes.

Afortunadamente, por encima o por debajo de las balaceras a las que por desgracia vamos acostumbrándonos, hay personas que se dedican a trabajar. Ahí tienen, sin ir más lejos, a Gabilondo, el ministro de Educación, que sale todos los días en su casa, se mete en el despacho y saca adelante lo suyo prácticamente en solitario. No lo verás en ninguna refriega, en ninguna hípica, no abrirá la boca si no es para decir algo sensato, que expresará con mesura. Modelos de civilización no nos faltan. El problema es seguirlos.