S iempre que visito Londres procuro empaparme de su memoria estética, de su expresión urbana, de lugares que esconden momentos pretéritos asociados a sus protagonistas, sean de carne y hueso o sugestivos espacios inanimados dispuestos al silencioso diálogo de la evocación y los mitos. Así, en el gótico cementerio de Highgate, no sólo descansa Carlos Marx sin la compañía de su mecenas Engels, también reposan los adorables restos de la musa prerrafaelista Elizabeth Siddal, esposa del poeta y pintor Dante Gabriel Rossetti quien, tras el suicidio de su inspiración carnal, depositó en la tumba de esta bellísima Ophelia gran parte de sus poemas. Este episodio de intenso romanticismo aún puede revivirse en la avenida Egipcia del melancólico cementerio. Una pasión estética violentada por el láudano. Un poco más al sur, el 6 de abril de 1895, en la habitación 118 del Hotel Cadogan, detenían al príncipe de los estetas, Oscar Wilde, acusado de conducta homosexual. El suceso fue inmortalizado por John Betjeman -cuya estatua puede contemplarse en la estación de St. Pancras- en su poema El arresto de Oscar Wilde en el Cadogan Hotel. Toda la atmósfera victoriana del hotel, turbadora y hedonista como el propio poeta, sigue como entonces, y permite al visitante recordar cómo los prejuicios de una sociedad hipócrita e insensible pueden destruir al hombre. "A ese hombre lo van a colgar", escribiría después Wilde desde su celda en la Balada de la cárcel de Reading. Violencia contra versos. Tampoco olvidamos la memoria escrita de Charles Dickens que, en el 42 de Doughty street, en el Londres universitario, duerme su sueño eterno de denuncia contra esa sociedad victoriana. La misma denuncia que el escritor firmó en su Historia de dos ciudades frente a la violencia revolucionaria de los jacobinos en París. Violencia y miedo.

Y es que la violencia, como instrumento para imponer ideas, derechos o creencias, está muy cerca de nosotros, forma parte de nuestra secular cultura de dominación, ocupemos el lugar que ocupemos en el entramado social. Esta semana hemos podido comprobarlo en la huelga del Metro de Madrid, la primera de esas características que se hace desde que gobierna Zapatero, y precisamente se hace no contra él, ni contra sus medidas, ni contra el PSOE, sino contra esperanza Aguirre y el PP. ¿Una casualidad?

Un comité de huelga formado por diez miembros, todos ellos "liberados" sindicales, ha castigado sin piedad y sin servicios mínimos a más de dos millones de trabajadores. No sólo es la forma en que esta huelga salvaje y violenta se ha desarrollado, las expresiones que el comité ha manejado estos días asustarían al más bragado de la clase, aunque fuera interno: "incendiar", "romper", "reventar Madrid...". "Si nos tocan los cojones somos capaces de cualquier cosa", se escuchaba en la asamblea. ¡Qué dialéctico y tolerante! Por cierto, ¿no hay mujeres trabajadoras en el Metro de Madrid, tanto que se habla de machismo? ¿Qué les tendrían que tocar a ellas siguiendo el sofisticado lenguaje proletario usado por el comité? "El lunes vamos a muerte, y si tenemos que entrar a matar vamos a matar" (la estrategia del miedo a la violencia; violencia para imponer derechos). Tampoco desprecien el pasquín que figuraba en la mesa del comité: "Esperancita, como me quites el cinco por el culo te la hinco". ¡Qué marxista y revolucionario! Dan ganas de leer los Cuadernos de Educación Popular de Marta Harnecker -sin aspirinas- para ver donde recoge la actual asesora de Hugo Chávez esa vanguardista expresión llena de materialismo históricoÉ ¿o será dialéctico? Por cierto de nuevo, ¿no es eso machista, no va contra la mujer, no es una expresión sexista que resultaría imperdonable si la pronunciara alguien de "los otros" contra una de "las nuestras"? ¿No tiene nada que decir al respecto el sacrosanto tribunal de la ortodoxia o la ministra de Igualdad? No hay nada como dejar a un lado la artificial impostura para que surja el verdadero rostro de tanto demócrata de postín, de tanto discurso políticamente correcto pronunciado, sólo, cuando hay micrófonos de radio y cámaras de televisión. En la distancia corta ya no les interesa.

Por el respeto. Derecho a la huelga, sí. Derecho al trabajo para quien no quiera ir a la huelga, también. Obligación de respetar y cumplir los servicios mínimos en un sector público trascendental, sí y también (¿imaginan lo que dirían esos mismos trabajadores si necesitaran urgentemente servicios sanitarios y los médicos en huelga no hubieran respetado los servicios mínimos?). Tolerar piquetes intimidatorios y violentos, no. Disculpar las agresiones sufridas por quienes pretendían trabajar, tampoco. Aplaudir el tono chulesco, amenazador y agresivo, de constante chantaje, utilizado por los huelguistas, no y tampoco. Son las reglas del juego democrático, esas reglas a las que aluden para defender sus derechos y desprecian cuando les imponen obligaciones. No puede haber un país que respeta las reglas del juego y otro que las incumple en función de su exclusivo interés. No, no puede haber dos países. ¡Cómo me acuerdo de Londres!