En octubre de 2008, Mariano Postigo dimitió como presidente de la Junta de Personal del Ayuntamiento de Alicante. Si por entonces no llevaba 14 años en ese puesto no llevaba ninguno. Había pasado por más de una organización representativa de trabajadores. Era el sindicalista por antonomasia. Una de las caras más conocidas por la actividad desplegada. Pero entonces lo captó Castedo de asesor y empezó una nueva vida. Antes tuvo que forzarlo el pesoe a que se diera de baja porque él no estaba dispuesto. No lo encontraba ni incompatible ni siquiera chocante. Hay gente a la que no le gusta militar, hay otra que sí y luego estaba Mariano. Días atrás tuvo una especie de bautismo de fuego y compareció en el escenario del Principal junto al director del festival de cine para insuflarle un poco de amenidad a aquello. Su consagración en este campo, sin embargo, habrá de aguardar. Pero lo que está en tela de juicio no son los papeles que ahora le toca hacer al antiguo sindicalista, sino la reconversión que al propio sindicalismo no le va a quedar otra que afrontar. Su postura durante la crisis está siendo más que cuestionada al igual que la del Gobierno, la de la oposición, la de la patronal y la de las instituciones europeas por no seguir citando. En el resultado de la jornada de paro en la función pública no pocos vieron reflejados a los propios afiliados revolviéndose por una serie de cuestionamientos candentes, entre los que sobresalen el de los liberados. Estamos hablando de miles de ellos y lo anormal sería que, con la que está cayendo, no se pusiera en solfa ese estatus. Mucho más cuando para lo que se concibió aboca a una etapa ampliamente superada en la que las organizaciones sindicales han recorrido el camino que les correspondía. El reto que tienen por delante no es manco. Entre otras faenas les toca la de superar figuras de antaño. Eso sí, al menos se ahorran la de Lauren Postigo.