Llegar a la estación de Renfe de Alicante un día de San Juan a las 3 de la tarde es contemplar un paisaje después de la batalla: la avenida de Alfonso el Sabio era una alfombra de vasos de papel y bolsas de plástico, paquetes de tabaco, botes de cervezaÉEs difícil aceptar que seamos tan guarros. A esa hora las brigadas de limpieza se afanaban ya en su trabajo bajo un sol justiciero. Claro, estamos en fiestas y acababa de terminar la mascletá. Alicante es una fiesta. Pero una fiesta que ha durado tres semanas! Aplaudo el aspecto lúdico de los festejos, y comprendo que a mucha gente le fascine tanto jolgorio; yo, como tantos otros alicantinos, huyo discretamente desde el día 20 para regresar la tarde de San Juan y contemplar la Palmera desde mi terraza, con la preceptiva coca y brevas. Por regla general siempre solo, lo que no me importa en lo más mínimo. Me siento como un Nerón cualquiera viendo arder Roma por sus siete colinas, aunque en plan más cutre: sin lira ni clámide. Y un poco Herodes porque mataría a los mozalbetes de los petardos durante la siestaÉAdmiro la entrega y la ilusión de foguerers y barraquers, sin decaer durante un año completo para ser protagonistas durante tres ó cuatro días de una celebración a la que se entregan en cuerpo y alma. No les importa dormir poco ("ya dormiré en la tumba" dicen) ni que Alicante huela a calamares fritos y a montaditos de salchichas; cincuentones que disfrutan más que los jóvenes y que, además, se lo merecen. Quienes no nos sentimos tan identificados con la pólvora simplemente huimos, y mi huida ha sido este año a la capital del reino donde me esperaban dos mujeres fatales: Carmen y Salomé; Carlos Saura ofrece una propuesta escénica de la célebre cigarrera más que discutible, en la que huye del tópico sin ninguna justificación; y chirría. Aunque en menor medida, sucede lo mismo con la heroína de Strauss. Pero en ambos casos se impuso la calidad de voces y la maestría de Zubin Metha al frente de una orquesta de la que podemos presumir como una de las mejores de España. No sólo es cuestión de dinero, aunque también, sino de inteligencia y cultura. Termina así una larga temporada operística (de nuevo los finales) que sitúa a Valencia en la primera línea de la lírica europea. No sé hasta cuándo podrán resistir las arcas públicas tan alto nivel, ojalá no se baje el listón. Pero no es de recibo que sea a costa de incumplir compromisos con el resto de la Comunidad, léase la no aportación comprometida para nuestro Auditorio de Música o el Marq, por poner solo dos ejemplos. El agravio comparativo es, una vez más, flagrante. Infórmense sobre el costo de la Fórmula 1. Mientras tanto sigue la fiesta, que este año terminará de verdad cuando acabe el Mundial de fútbol. ¿Qué haremos entonces? Pues volver a la cruda realidad, arrimar el hombro para que se vayan resolviendo los problemas, descansar Éy pensar un poco. Un buen libro colaborará en la tarea, y me permito sugerirles como libro de cabecera para este verano Libro de réquiems del catalán Mauricio Wiesenthal. Y cantar con Serrat eso de "Vamos bajando la cuesta, que arriba en mi calle se acabó la fiesta".

La perla. "Lo mejor es salir de la vida como se debe salir de una fiesta, ni sediento ni bebido" (Aristóteles)