Algunos vecinos de la ciudad de Elda se han preguntado por el sentido de la bandera blanca que ondea en la marquesina de entrada al templo parroquial de San Francisco de Sales. Esa bandera está colocada porque el próximo sábado tres de julio, Manuel Jover, un joven de la parroquia, "cantará" su primera Misa. La tradición aconseja colocar para esa ocasión una bandera blanca en lo alto del campanario, pero como en San Francisco no hay campanario, la bandera está colocada en el lugar más visible del templo.

Esa bandera es signo de fiesta y gratitud. La parroquia está de fiesta porque uno de los suyos ha encontrado en el sacerdocio su vocación y su camino. La parroquia se siente contenta porque hay un joven que se reconoce enviado por Jesucristo a tender la mano a los desvalidos; hay un joven que quiere gastar toda su vida para que Jesucristo sea conocido y amado; hay un joven que ha encontrado una utopía. La parroquia se siente agradecida porque la Iglesia y la sociedad cuentan con un nuevo servidor a la manera de Jesucristo.

En una sociedad como la nuestra, la mera existencia de un sacerdote apunta, al menos, a cinco cuestiones de gran calado:

1. El hombre como misterio

Habitualmente, todos vivimos muy cogidos por la gestión de lo inmediato; nos entretiene el cómo afrontar eficazmente lo que nos ocurre. Pero no es posible durante mucho tiempo ahogar la inquietud por las cuestiones transcendentes, más pronto o más tarde nos preguntamos por el sentido de la vida y de la muerte. Antes o después la vida se llena de interrogantesÉ Es inevitable que tomemos una decisión ante Dios. El sacerdote es un hombre que nos recuerda el misterio insondable del hombre y de Dios. Y al hablar de misterio, hablamos de una realidad que nos desborda y sobrepasa pero que tiene mucho que ver con la vida de cada día.

2. Frágil pero redimible

El ser humano es una paradoja de pecado y gracia, de fragilidad y grandeza. El sacerdote existe para invitarnos a no banalizar el pecado y la fragilidad del hombre; no somos dioses, somos criaturas. Pero sobre todo, el sacerdote existe para proclamar que la última palabra corresponde a la gracia y la salvación del hombre. Somos barro, pero barro iluminado por la fe, la esperanza y el amor. La misión de un cura es proclamar que todo hombre es digno de ser amado y que lo mejor está por llegar. Por la misericordia de Dios, todo hombre es felizmente recuperable.

3. Jesucristo

A la luz de Jesucristo, la persona humana adquiere un valor sagrado; el otro no es un objeto o una amenaza, sino un hermano portador de gracia. Cuando Jesucristo es honestamente acogido y seguido, Jesucristo se convierte en una sorprendente manantial de humanización y liberación. Cuando Jesucristo es acogido noblemente, es el ser humano el que sale ganando. El sacerdote es un enviado de Jesucristo al servicio del hombre, especialmente del más desamparado. Por eso, la ordenación sacerdotal de Manuel Jover -como la de Juan Alfaro el año pasado- no es sólo una buena noticia para él y su familia, sino también para la sociedad entera.

4. La comunidad

No soplan buenos vientos para lo colectivo y lo comunitario. El hombre de hoy está permanentemente tentado de pretender su salvación prescindiendo de los demás; los demás son percibidos a menudo como un "infierno". El sacerdote es el hombre de la comunidad, de la Iglesia; es el hombre que proclama que hay un futuro para el hombre, pero es un futuro en fraternidad; uno no puede salvarse por libre, al margen de los demás. El sacerdote ha nacido en el seno de una parroquia concreta y está destinado al crecimiento de otras comunidades. La mera existencia de un sacerdote es un correctivo del individualismo imperante y un recordatorio de la dimensión comunitaria del ser humano.

5. El servicio

Sin apenas darnos cuenta nos convertimos en servidores de aquellos a los que amamos. La experiencia del amor nos lleva a una vida como servicio y donación. El servicio por amor nos ennoblece y dignifica a todos. La grandeza del ser humano pasa por el servicio. Así vivió Jesucristo y ahí apunta la vida del sacerdote. El sacerdote de Jesucristo se reconoce servido y amado y, por eso, se reconoce también expropiado, destinado al servicio de todos.

La bandera blanca que ondea ahora en la iglesia de San Francisco es pequeña y humilde, pero proclama a los cuatro vientos de la ciudad de Elda que "otro hombre es posible".