Cuando alguno de ustedes dos esté leyendo este artículo el arcano e hipnotizador fuego mediterráneo habrá dado su último adiós a las ilusiones y al trabajo que miles de alicantinos fabricaron en cartón y lágrimas durante todo el año. Un fuego purificador, balsámico, que regenera, en vez de quemar, la voluntad y tradiciones de una ciudad barroca y luminosa, abierta y plural, hospitalaria y trabajadora. Y todo ello pese a la inclemente crisis, la angustia laboral y el abandono al que la tiene sometida su clase política. Eso sí, en Hogueras, todos los políticos han querido hacerse la foto acercándose al pueblo, mostrándose omnipresentes y vecinos, encarnándose en esa otra hoguera de vanidades que representa al poder. Año tras año, hoguera tras hoguera, pero sin quemarse, sin arder cual ninots olvidados por su incompetencia, su falta de sintonía con el ciudadano y su desinterés por los problemas que le afectan.

Leire Pajín, que pasaba por aquí en plenas fiestas tras mostrarse contraria a la prohibición del burka -una de las prendas más feministas que conozco-, aprovecha para censurar la ausencia de Camps y mentarle su obligación de estar con los alicantinos (ella también diría, si la están entrevistando, y alicantinas) en su fiesta de Hogueras, recordándole, también de paso, que debería crear más puestos de trabajo en la Comunidad Valenciana, como mínimo, los mismos que están creando Gobierno y PSOE en España. Pero cuando le preguntaron hace meses por su equipo de fútbol se refirió a la Real Sociedad, todo un reto en kilómetros, memoria y afición. Aunque se equivocaba en sus apreciaciones: Camps sí estuvo en Alicante -muy poquito- y el Hércules ascendió a Primera División. Y hablando de nuestro Molt Honorable, es muy de agradecer que recibiera al Hércules enÉ Valencia, que para algo es cap y casal de todos losÉ valencianos. No encontró Camps ni un solo segundo libre en su esotérica agenda de la invisibilidad para celebrar el ascenso en Alicante; es posible que estuviera tomando medidas para confeccionar el traje de austeridad que tanto necesita nuestra maltrecha Comunidad. ¡Qué políticos y políticas, siempre de mascletá en mascletá hasta el terratrèmol final!

Pero, volviendo a las Hogueras, confieso mi paulatino alejamiento de ciertas formas de entenderlas, de ciertos modos y modas que han usurpado su tradición y sentido, al menos en opinión de este articulista con varias generaciones de alicantinos y alicantinas a sus espaldas. Eso sí, lo digo con rubor, con incalculable nostalgia, con los ojos enrojecidos por decenas de horas de insomnio forzoso, con la sordera que producen los decibelios de una música impronunciable de racós, casetas y vallados hasta altas horas; con el inconfundible perfume que los resecos ríos de orines derraman sobre calles, aceras, portales, jardines, paseos y placitas de nuestra cuidadísima ciudad; con la edificante, sanitaria e higiénica visión que proporcionan las morcillas, sepias, paellas, ensaladillas, boquerones, fritangas de hígado encebollado, sangrías, tajadas de sandía con pepitas, churros, porras y chocolate que, cual Arcimboldo bodegón, eran expuestas en toda su desnudez, en todo su higiénico esplendor, a la vista parroquiana, en inmaculados mostradores al aire libre, con temperaturas de más de treinta grados y durante todo el día, sin lavabos ni sanitarios, en nuestra profiláctica ciudad. ¡Qué sudorÉ daba verlos!

Trabajar por la fiesta. Nada que ver con los miles de personas que durante todo el año se afanan y trabajan para sacar adelante sus hogueras, sus barracas, su afición por la fiesta. Nada que ver con el derecho de la gente a unas Hogueras sin exclusivismos, populares, a pie de calle, para un disfrute sostenible (qué bien queda ahora utilizar esta demagógica palabra) de la diversión. Nada que ver con el también derecho a un descanso sostenible de quienes deben trabajar al día siguiente con los ojos cosidos de insomnio, con los vados de sus vehículos inutilizados por caprichosas y tiránicas ubicaciones de casetas y barracas, con el martirio del ruido musical taladrando sus oídos, con la visión, camino del trabajo, de centenares de jóvenes y jóvenas -muy, muy jóvenes- completamente borrachos, casi sin sentido. Miles de personas con la sensación de que la fiesta no la pueden disfrutar, ya no es suya, se les escapa por mor de unas modas horteras y ajenas a la esencia de las Hogueras y que han echado, incomprensiblemente, raíces profundas. Una fiesta con menos pasacalles matutinos con que nos regalaban las magníficas bandas de música venidas de toda la provincia y de la Comunidad. Una fiesta con menos familiaridad y cercanía, al servicio exclusivo del consumo incontrolado de alcohol y el negocio de unos cuantos. Tengo para mí, créanlo, que todo ello se debe al populismo demagógico, a la vanidad de unos políticos que necesitan estar visiblemente en la fiesta aparentando su amor y comunión con el pueblo, su venerado pueblo. Prefiero unas Hogueras sin tanta vanidad ni tantos políticos. Pero no será posibleÉ lo de los políticos.