No sé qué mecanismos ponemos en marcha los espectadores para que algo que te gustó en un momento, o al menos no te molestó en exceso, incluso que sirvió para redimir a alguien de la condena al cajón de los memos por un trabajo que te enrabietaba, de golpe, el mismo careto, el mismo personaje, crecido a la vuelta de la segunda temporada, con parecido producto, te espabila los monstruos antiguos y vuelves a verlo con un mohín que conoces bien, si no con asco sí con recelo. Hablo de Rafa Méndez, el que fuera y tal vez sea profesor histriónico e histérico de ¡Fama!, el bailongo con pretensiones de Cuatro, nada de pachangas telecinqueras. A Rafa Méndez le dieron la responsabilidad de llevar él solito un programa, After Hours, un programa, digámoslo, rompedor, con una vuelta de tuerca en el tornillo de los programas de cámara al hombro.

Se metía en lugares que jamás nadie había hollado con fresca, descarada, e ingenua insolencia, y no es poco llegar a un descampado donde se practicaba sexo entre gente que había quedado a ciegas, y meter las narices, literal, en el mete y saca de los amantes de ocasión, y preguntar cosas muy fuertes sin prejuicios, sin condenas, sin tomar partido, un mero mirón que disfrutaba viendo a los demás disfrutar en situaciones que no tenían que coincidir con sus gustos personales. Pero Cuatro ha remozado un poco la idea, y el pretendido descaro del nuevo After Hours y del mismo Rafa Méndez ya han cambiado. La entrega número 7 fue dedicada a Vivir con miedo, a un robo, a una violación, a un soborno, a la vida. Pero esas historias las hemos visto mil veces, y Rafa Méndez resulta relamido, teatral, exagerado, sin frescura, y de nuevo ñoño. Falso.