Estamos cansados, más que eso, reventados. Y es bueno que lo estemos, porque significa que hemos vivido y disfrutado las fiestas. Marian Guijarro, la Bellea del Foc, puede estar feliz. Pedro Valera, también. El preludio festero no podía haber sido mejor. El Hércules le hizo el regalo a la ciudad de ascender a la Primera División y la preocupación inicial del presidente de la Federación de Hogueras sobre cómo sería la respuesta popular a unas fiestas que se han celebrado en el marco de una severa crisis económica ha quedado resuelta a plena satisfacción. No se habrá gastado como en otros años, pero los alicantinos tenían ganas de fiesta. Alicante se ha podido comprobar que en Hogueras está tan vivo de día como de noche. El vigor de la convivencia en la calle en los mediodías festeros es algo que llama la atención a quien llega de fuera. Además, este año no ha faltado detalle alguno de los que hacen afición y dan mayor interés, si cabe, al mundo de la fiesta. El último puesto para la hoguera de Altozano, más allá de la polémica, abre un interesante debate sobre lo que han sido, lo que son y lo que deben ser las Hogueras; también es innegable que invita a la reflexión sobre la cualificación de los jurados. ¿Hay un canon estético alicantino del que no se puede salir? ¿Hay que ser tradicionales y erradicar la innovación? ¿Qué es la tradición en una fiesta cuya evolución es palpable con sólo comparar las imágenes de las plantàs de principios del siglo pasado y las del presente? Afortunadamente, la fiesta de Hogueras todos los años genera interrogantes, señal de que está viva, como el fuego que la regenera cada año.