La otra tarde, viendo El diario, me encontré con una escena barriobajera a más no poder. No daré más señas, puesto que aun a sabiendas de que sus protagonistas jamás osarían leer un periódico, no quisiera tener que vérmelas con gente de semejante estofa. Sólo quería comentar una anécdota referida a la presentadora Sandra Daviú, cuyo rostro era un poema.

Llegado un momento de la conversación, por llamarla de algún modo, Sandra indicó a los presentes que había que dejarlo ahí. Que si llegaban las palabras malsonantes alguien debía abandonar el plató. Lo curioso es que tuviésemos que constatar algún que otro "vete a la puta mierda" para que la presentadora se decidiese a poner coto al desenfreno. "Es un horario delicado", añadió, como pidiendo disculpas por interrumpir el festín. Dicho de otro modo, que de no ser por el horario podrían continuar haciendo catarsis. Porque a eso los habían llevado allí. No había que ser un lince para, desde casa, captar que aquellos invitados eran un poema. Los responsables del casting saben lo que quieren. Y se les debe hacer la boca agua cuando encuentran gente de este perfil, capaz de decir "lo que les salga del potorro". De verdad que fue un espectáculo lamentable. Y digo bien, espectáculo, porque lo es. Hay público. Hay aplausos. Hay focos. Y hay ganas de salir en la tele. De hecho, cuando Daviú invitó a los enzarzados a abandonar el plató, una de ellas se negó. "Que se vayan ellos". Qué paradoja, con aquella lengua y parecía ejercer el papel de reina por un día.

No sé qué puede justificar que determinadas personas salidas del lumpen entren en los platós dispuestos a insultarse avalados por la cuenta de resultados de una cadena nacional que, no olvidemos, aunque privada, también debería contribuir al servicio público. No es un asunto intrascendente.