Se veía venir pero la realidad ha superado incluso unas expectativas que no eran nada modestas. El mundial de la cosa, del balompié -por utilizar la expresión de la época franquista, de los años aquellos en que creíamos que se podía combatir la perversión anglosajona con giros poéticos- ha desplazado otras angustias. El paseo militar que se suponía que iba a ser el del equipo desplazado hasta Sudáfrica ha salido, de momento, rana, y esa necesidad de batir las espadas con países de rango menor ha abundado, de manera paradójica, en el efecto placebo. De pronto las portadas, con los titulares a seis columnas, hablan de La Roja -vade retro- como si el orgullo nacional recuperado por unos días dependiese de los goles que se le puedan meter a Suiza, Honduras y Chile, selecciones de raigambre más bien escasa en el terreno de las glorias futbolísticas. Pero podemos darnos con un canto en los dientes porque los demás están peor. Francia anda de luto con su eliminación temprana tras los insultos, desprecios, plantes e indiferencia de los jugadores. Inglaterra ha entregado su alma a un seleccionador italiano, es decir, papista, con los resultados imaginables. Alemania no despega en el relevo generacional. ItaliaÉ Bueno; Italia, hace lo mismo que siempre. Así que en ese transcurrir tan previsible como insólito, en el que los países colonialistas sufren, por segunda vez, el acoso de las revueltas de los colonizados, el reino de España ha lanzado sus problemas inmediatos al olvido relativo gracias a la aparición del circo. Tiene éste un papel esencial habida cuenta de que la receta romana ha perdido la mitad de sus ingredientes. Pan, no hay, así que tenemos que dejar nuestras esperanzas en manos sólo del espectáculo. Congratulémonos de que baste con meterle dos goles a los hondureños para que huyan por un tiempo los malos augurios.

Se diría que la polémica acerca de la importancia cruzada que tiene el derecho a la noticia frente a los riesgos que conlleva ésta ha alcanzado ya su solución. Mucho hemos discutido acerca de si no sería preferible el silenciar los atentados terroristas dado que, al hacerse eco de ellos, la prensa da alas a los intereses de quienes ponen las bombas. Pues bien; la noticia, por liviana que sea, es la que ha ganado el mundial. Ya no importa el acoso al euro por parte de los especuladores repletos de avaricia. Cabe olvidarse de que Alemania carga contra nuestra deuda pública, más bien menor, para aliviar las dificultades de los bancos germanos. No es necesario ni siquiera recordar que el paro se ha instalado en nuestro país en cotas que, hace menos de dos años, se consideraban inimaginables. Todo eso se convierte en cuestión minúscula, en brizna prescindible porque el verdadero reto no es ya el de si hay que cambiar o no el Gobierno e incluso adelantar las elecciones. Ni siquiera hemos de zaherir a la Pérfida Albión porque ha impuesto su nombre al football. Chile nos espera como referencia de los orgullos y los anhelos. El circo ha llegado, por más que quizá no nos hayamos dado cuenta de quiénes son -quiénes somos- los payasos.