La situación de orfandad ciudadana que ha vivido el Palmeral de Elche en los últimos meses me parece grave. La intrusión de un elemento arquitectónico de ingentes dimensiones que iba a efectuar un daño visual evidente en la horizontalidad de nuestro paisaje -daño denunciado por ecologistas y técnicos de patrimonio-, no ha producido apenas movimiento en una población de más de 220.000 habitantes a pesar de que casi nadie lo quería, ni ha producido tampoco la oposición de entidades que se dicen protectoras a ultranza de este bien, lo que resulta ciertamente decepcionante para los que esperábamos una demostración histórica de su fidelidad al Palmeral. Sin embargo, es importante señalar que todo lo acontecido con respecto a este asunto, ese silencio, esa desidia de las gentes, etc, obedece en realidad a lo que sería un esquema de la sociedad contemporánea.

Cualquier sociólogo habría encontrado en Elche un escenario perfecto para realizar un análisis de la actualidad que tuviera como eje principal el consumismo imperante en todo Occidente. El Mirador del Palmeral, aplazado por razones económicas -aunque a mí no me cabe duda de que hay mucho más que decir-, podría llegar a definirse como un objeto de consumo propio de los tiempos que corren: un insaciable deseo de cambio motiva la compra de un elemento supuestamente innovador, de consumo rápido y por ello mismo desechable con la misma velocidad. Todos somos conscientes de que una construcción que no se apoyaba en ningún dato económico favorable -como queda demostrado en los vídeos-, iba a ser completamente olvidada en cuestión de un par de años a lo sumo, salvo por su efigie monstruosa en medio de nuestro paraje seminatural. Pero eso, aunque parezca sorprendente, no le importaba demasiado a algunos de los que defendían el mirador a pesar de haber visto los vídeos, porque vivimos en un tiempo de presentes donde se devoran los instantes con ferocidad. El mañana queda de este modo ensombrecido por lo excitante de subir al aparato una primera vez.

Tampoco resulta complicado observar que desde el inicio los tres pilares sobre los que se ha sostenido la noria han sido el deseo, el cambio, y la promesa de felicidad, precisamente tres de las características más sobresalientes de la sociedad consumista. La supuesta revalorización del Palmeral estaba de forma clara en un discreto segundo plano, por varios motivos. Lo principal era "crear" un icono que trajera bienestar a la población, pero esto no habría sido posible en primer lugar porque los iconos no se imponen sino que los elige el pueblo con el tiempo, también por el carácter efímero que tiene cualquier objeto de consumo, y porque directamente no hubiera reportado beneficio alguno a pesar de la publicidad. Justo en ese punto encontramos otra evidencia de la influencia inequívoca de un ambiente consumista, porque la promesa de felicidad acompaña siempre al producto que se ha de consumir pero en verdad ésta no se alcanza nunca -al igual que los cereales nunca son tan magníficos como nos promete la caja-, y al final del proceso tampoco importa tanto: el fin real del consumismo no es la felicidad, sino el propio consumo en sí.

Por otro lado, el profesor Zygmunt Bauman (premio Príncipe de Asturias 2010) apunta que en la modernidad líquida quien no entra dentro de este paquete contemporáneo queda automáticamente excluido de la sociedad, que rechaza a todo aquel que se atreve a oponerse a su mercado de intereses. Y de hecho, los opositores a la noria hemos sido "excluidos" de inmediato por una parte de la sociedad ilicitana que nos ha tachado de antipatriotas, y de ir en contra de un hipotético progreso que no se veía por ninguna parte. El consumismo -por su propia definición- no atiende a razones, hiptoniza con sus mensajes y trata de "neutralizar" a cualquier consumidor fallido antes siquiera de escucharle.

Muchos otros aspectos cabría reseñar sobre lo acontecido en este último año, como por ejemplo la indiferencia de las gentes, la falta de valores, o el efecto causado por el hecho de que una sola ciudadana -con el respaldo inestimable de colectivos sociales- haya realizado un mejor trabajo que un partido político presente en la oposición de un pleno municipal, que tiene la responsabilidad de un cargo público. Todo esto junto me resulta desesperanzador, sin querer entrar en una larga enumeración, y merece además un análisis sociológico detallado donde el epílogo mencione que mi particular batalla durante casi diez meses contra el Mirador del Palmeral se ha de ver, de forma especial, como una batalla contra los múltiples sinsentidos e hipocresías de la sociedad contemporánea.