Hace unos días mi hija Reme, que tiene diez años, se inventó jugando un nuevo término: "indefuso", que viene a ser el estado del ánimo que se experimenta al estar entre indeciso y confuso, así me lo explicó. Me llamó la atención que no existiera ya ese o algún otro vocablo sinónimo, que diera cuenta de un estado de ánimo tan común entre buena parte de los habitantes de éste planeta. Me gustaría proponerlo, mi hija me lo permite, como definición más acertada del sentimiento general de nuestra especie en un número considerable de situaciones, que incomprensiblemente, no tienen una definición tan ajustada. Indefusos se quedaron y siguen estando los haitianos tras el terremoto que devastó su país; e indefuso se encuentra desde hace algunas semanas Barak Obama al contemplar atónico como un chorro incontenible de seres prehistóricos está provocando la mayor catástrofe ambiental de la historia de su país. ¿Cómo podría definirse mejor que con éste descriptivo término la situación que vive la clase política europea y por inclusión la nacional ante la grave situación económica actual? ¿Y qué es, sino pura indefusión, lo que experimentamos los ciudadanos al ver cómo se nos exige apechugar con una deuda sobrecogedora que no hemos generado ni disfrutado? Indefusos a más no poder se encuentran nuestros dirigentes mundiales incapaces de poner freno a una de las crisis planetarias más graves de la historia, que está provocando la desaparición de la vida en nuestro planeta a un ritmo que pone los pelos de punta.

Vivimos un tiempo de permanente indefusión, que a poco que nadie lo remedie va a dar al traste con buena parte, sino toda, la especie humana, y no parece que tal circunstancia nos preocupe gran cosa. ¿Dónde está el límite de nuestra indefusión colectiva? ¿Qué necesitamos para salir de este péndulo vicioso que nos balancea de la indecisión a la confusión? Somos los seres más inteligentes del planeta, con capacidades tecnológicas y científicas tan avanzadas como para poner en cuestión la existencia del mismísimo Dios y toda su Obra Divina y, sin embargo, no reparamos en la urgente necesidad de frenar en seco y cambiar la dirección de nuestro futuro como civilización. Es una paradoja que carece de sentido, del más elemental sentido común, aunque tal vez sea debido a que somos seres indefusos por naturaleza y este estado natural gobierne, por encima de otras capacidades, nuestra condición humana.