os ciudadanos se asombran ante las contradictorias declaraciones y actitudes de los políticos. Zapatero preparó el decretazo exigiendo el mayor esfuerzo del ajuste a los trabajadores y dejando libre de penitencia al capital, a las grandes empresas y a los bancos ¡menos mal que había prometido que la crisis no dañaría a los más necesitados y no afectaría al gasto social! Las medidas, tomadas a instancias de los mercados, de los mercaderes y de las agencias de calificación, han dejado ojiplático al mundo socialista, que se rebela a que nuestro destino lo rijan quienes, con su negligencia y avaricia alumbraron la crisis internacional.

La extrañeza ante la actitud de la izquierda no es mayor que el asombro que causa la derecha. Su líder, Mariano Rajoy, y la portavoz Dolores de Cospedal, se declaran contrarios a estas medidas, pese a que son propias de los conservadores y han sido emuladas por sus colegas europeos; es más, se han autoproclamado como el partido de los trabajadores, a quienes hacen guiños y prometen defenderles. Hay que ver, con tal de captar votos, cuán siniestros pueden ser los diestros, y viceversa.

Las nuevas medidas adoptadas por la mayoría de los países para contener y suprimir el gasto público, en especial el social, causan estupor, porque la doctrina keynesiana seguida hasta la fecha, exigía estimular el gasto público productivo y la inversión, por su eficacia para el desarrollo y el empleo, actuando como contrapunto a la reducción del gasto privado, ya que empresas y familias, ante la incertidumbre de la crisis, aumentan el ahorro, reduciendo el consumo y la inversión por dos razones: el alto volumen de endeudamiento al inicio del conflicto y la necesidad de no incurrir en riesgos.

Esta responsable actuación del sector público ha permitido que el consumo no se precipite al abismo agravando más el desempleo, -sin demanda no hay consumo, sin consumo no hay producción, y sin producción no hay empleo-, permitiendo mejorar algunos indicadores de recuperación. De pronto, sin embargo, ante el mayor endeudamiento de los países, por la amenaza de los gurús y las objeciones de los inversores y analistas europeos, se ha obligado a los países más castigados, entre ellos España, a reducir el gasto y las ayudas fiscales, anteponiendo la reducción de la deuda al crecimiento económico. ¿Es sensato anticipar la austeridad al crecimiento?

La austeridad, aunque adelantará la reducción de nuestro déficit, modificará los tiempos de la recuperación, haciéndola menos dinámica, y la expansión generada tardará más en ser suficiente para crear empleo. El lastre por este cambio se agrava con la decisión alemana de ser ejemplarizante en la austeridad, alineándose a la doctrina neoliberal, bajo cuyo influjo se inspiraron Reagan y Tatcher, entre otros, sin tener en cuenta que la naturaleza de esta crisis es distinta de las anteriores. Así que el gozo en un pozo para quienes esperaban que Alemania actuase como locomotora que impulsase al consumo e inversión y con ello nos ayudara a salir de la crisis. ¡Estamos listos! Añádase a ello la notoria ambigüedad de Merkel para rectificar las especulaciones nacidas en su país sobre un posible plan de rescate para España. Menos mal que los desmentidos han sido unánimes bajo la Presidencia de Zapatero. El propio Rajoy, ahora sí, ha expresado en Bruselas, a sus correligionarios del centro derecha y ante la propia canciller, que España tiene futuro, como lo demuestra nuestro crecimiento exportador, que ha permitido bajar el déficit comercial del 11% al 3%. No se ha resistido a añadir, sin embargo, "que un país es más que su Gobierno". Los desmentidos nos han permitido colocar nuestra deuda, eso sí, pagando mayores tipos de interés por la alta prima de riesgo influida por las insidias.

La economía es una ciencia que dista mucho de ser exacta, y el comportamiento de los humanos cambia las previsiones, más aún si los hombres y los gobiernos se dejan llevar por la codicia. Codicia, de la que son un claro ejemplo los mercados, que especulan con el embuste para prestar dinero al mayor interés, y las agencias de calificación, que, para obtener pingües beneficios, distorsionan la realidad. Sólo nos faltaba que, incluso un país amigo, como es Alemania, -el que más se ha lucrado de la existencia de la Unión Europea, con una balanza comercial en constante superávit-, se mostrase remiso e insolidario con los demás Estados miembros, sus principales compradores. Las confusas declaraciones de Merkel y las especulaciones de la prensa germana sobre nuestro país les benefician, porque al encarecerse nuestra deuda, Alemania, coloca sus bonos con mayor facilidad y a una menor prima de riesgo.

Es razonable entonces, que el gobernador del Banco de España, MAFO, haga públicos los test de estrés o pruebas de resistencia de nuestros bancos, y que Zapatero haya logrado que se dé publicidad al ranking de todos los bancos europeos, en el que el Banco de Santander y BBVA son líderes, muy por encima del resto, incluidos los germanos. Lógico es también, que dudemos de que el cambio alemán hacia la austeridad sea por causas de ejemplaridad y estabilidad, cuando es evidente que vivimos en un mundo de intereses creados, donde cada uno va a la suya y del que, como nos descuidemos, no nos levanta ni el Sursum corda.