En el periódico tenemos un bético. Nunca he dicho que fuéramos perfectos. Durante la semana lo he marcado de cerca. Todos tenemos que poner el máximo de nuestra parte para que el objetivo se alcance. Ya con la primera mirada que le eché horas después de que el tablero del ascenso quedase como quedó, inquiriéndole una respuesta sin pronunciar palabra, creo que empecé a ganarle la batalla puesto que, con carita de sentirse marciano en medio del fuego que empezaba a desprender el ambiente de alrededor, vino a comentarme que tenía el "corazón partío". Para que fuera despartiéndosele, Valentín Botella asomó el jueves por el chat. El presidente es de los que mejor ha venido concienciándose en el último mes sobre lo que representa dar el salto. Sintió en directo el ambientazo que representó la final de la Copa del Rey y anduvo viendo el recital de la selección en Murcia. Otro mundo, pues, es posible. El de, aquí a nada, ver ratonear a Leo por entre los cepos que no habría otra que colocar en el Tossal; extasiarse sin remedio ante la elegancia exasperantemente humilde de Pep; ponerse a doscientos frente al dúo lusitano más altivo de la historia formado por Cristiano y Mou; esperar al vecino del norte sin la menor intención de formalizar en el reencuentro ni siquiera un "sip" y contemplar la aparición por el túnel del resto de los clásicos con el objetivo de que, dos horas más tarde, sepan a ciencia cierta el trago que les queda cuando hayan de volver porque, por esta casa, ha asomado de nuevo un nombre mitológico que en su buena época fue de los más difíciles de derribar. Falta nada para saber si Hércules se va a a volver a probar frente a las grandes tradiciones y leyendas de este universo balompédico nuestro. Todo el mundo que está por la causa anda volcado. Cada uno en su sitio. Hasta del subsuelo de Luceros ha salido ya vida. No digan que el presagio es malo.