Uno de los principios de la mecánica más citados en el terreno de las humanidades es el de indeterminación -o incertidumbre- de Heisenberg. En nombre del doctor Werner Heisenberg se han dicho toda clase de barbaridades; incluso que los procesos cuánticos no están determinados. Pero esa cautela esencial para el conocimiento se encuentra entre las más sabias que existen. Se deduce de ella la advertencia acerca de que cualquier observación modifica, se quiera o no, lo observado. Pese a que se trata de algo muy sabido, son bastantes los trabajos de laboratorio que desprecian ese riesgo porque, pese a incrementarse los efectos indeseados de la intervención, el control estricto permite manejar mejor las variables bajo estudio. Con lo que las polémicas metodológicas entre los etólogos que se limitan a observar y los experimentalistas que fuerzan las conductas son interminables. Pues bien, el equipo liderado por Rolando Rodríguez-Muñoz, postdoc del Centre for Ecology and Conservation de la universidad de Exeter en el Reino Unido, ha puesto una vez más el dedo en la llaga partiendo del hecho de que las pautas de la selección sexual suelen ser observadas en la naturaleza cuando se trata de vertebrados pero, en el caso de los invertebrados, mediante trabajo en el laboratorio. Cabe imaginar que los resultados pueden diferir en uno y otro caso por razones que no tienen tanto que ver con la conducta de los animales como con la forma en que intervienen los obstáculos puestos de manifiesto por Heisenberg y sus intérpretes.

En un artículo publicado en la revista Science, Rodríguez-Muñoz y sus colaboradores indican los resultados tanto de la elección de pareja como del éxito reproductivo en el grillo común, Gryllus campestris, pero obtenidos mediante una observación de campo tan sigilosa y obsesiva como correspondería de tratarse de felinos, ungulados o primates: grabando en video su actividad diaria y nocturna a lo largo de dos generaciones. Aparece así un panorama bien inusual para los artrópodos. El éxito de los machos a la hora de encontrar pareja guarda poca relación con la cantidad de descendientes producidos. Y la capacidad para lograr una reproducción afortunada varía más en el sexo masculino que en el femenino. Se diría, pues, que los modelos sociobiológicos usuales de conductas cerradas para los insectos y abiertas para los mamíferos podrían ser en cierto modo una consecuencia de los problemas epistemológicos que nos legó Heisenberg.

No parece que el resultado obtenido con los grillos vaya a obligar a los conductistas a rehacer todo su paradigma de trabajo experimental. Pero abre, al menos, la puerta a nuevas técnicas de observación respecto de animales a los que atribuíamos en principio poca capacidad de decisión propia. El comentario de Marlene Zuk, bióloga de la universidad de California lo dice todo: es ése el camino a seguir, por más que la vigilancia con 24 horas diarias de filmación continua en video, nos parezca propia del Gran Hermano.