Caminando por la playa el sábado me harté de ver embarazadas. Yo creí que esto sólo ocurría cuando tú esperabas una criatura. En nuestro caso fue distinto porque mi mujer estuvo embarazada en el verano del 81 y en el verano del 82. Durante este segundo, algún conocido de vista se acercaba poniendo cara de lo que estaba costándole al chiquillo decidirse. En el caso del pasado fin de semana no sólo era diferente preñez sino que, las protagonistas, también. Yo creo que se trataba de una manifestación. De un recordatorio al Gobierno para que en las semanas que restan no les dé ningún disgusto, que está contraindicado. Si mañana mismo se las encuentran ustedes por la orilla blandiendo el certificado que acredita su estado no se sorprendan. No están los tiempos para ir desprovistos de garantías. De fijarse, se percatarán de que la expresión relajada que, salvo dolores, traían consigo unos meses tan especiales ha desaparecido. A todos nos preocupa el futuro, pero a ellas por partida doble. Y eso que han debido suprimir del convenio colectivo los antojos, que igualmente distendían lo suyo una vez fraguaban. Ahora ya, desde el punto de vista material, lo único que esperan es en que de entrada no les desaparezca la ayuda que, como saben, parece salvada para las que paran hasta el 31 de diciembre. Ése será en esta ocasión otro desafío. Me refiero a la costumbre de retratar a los primeros niños nacidos en Año Nuevo. Si para los medios va a ser más peliagudo que para el pesoe decidir el candidato al Ayuntamiento de Alicante, para los médicos, enfrentarse en esos días al ritmo adecuado de dilatación puede conducirlos directamente al diván. Las historias camino de la Nochevieja referidas al "doctor, provóquemelo" tienen pinta de forzar la resolución de un nuevo código ético. Y más si a alguien se le ocurre diagnosticar que viene con un pan bajo el brazo.