Fundaciones de escritores. No sé. Ahora mismo se cae a pedazos la de Camilo José Cela, víctima del polvo, o de la caspa. Cela inauguró la televisión basura al asegurar en una entrevista que era capaz de absorber por el culo dos litros de agua de una palangana. Cuando el entrevistador puso cara de escepticismo, pidió que le trajeran la palangana. Hoy se la habrían traído. El caso es que Cela creó en vida una fundación en la que depositar sus plumas estilográficas, su biblioteca, sus manuscritos, sus traducciones, sus maníasÉ A muchos artistas les ataca la fantasía de sobrevivir a través de la exposición de estos enseres. A mí me recuerdan las corazas de los ácaros muertos que flotan en el espacio, haciéndose visibles cuando un rayo de luz atraviesa la habitación. En eso han devenido los objetos de Cela.

Pienso yo que cuando a uno se le pasa por la cabeza la idea de la fundación, le ataca también la tentación de falsearla. Si un servidor decidiera, por ejemplo, donar su biblioteca, procuraría que estuviera equilibrada, para dar una imagen aseada de sí mismo. No se debe pasar a la posteridad con una biblioteca en la que haya más novelas policíacas que teatro clásico. O más ficción que ensayo. Abrir una fundación en vida, o dejar dispuesto que se cree tras la muerte, es igual que diseñarse la mortaja. ¿Cómo evitar elegir el tejido, el color, la hechura? Luego está el asunto de los fetiches. Un escritor que se precie debería tener una buena colección de plumas estilográficas, de esculturillas, de diplomas, de primeras ediciones firmadas, de diarios sin publicarÉ Pasar a la posteridad a través de una fundación da mucho trabajo.

Todo eso para que a los cuatro días de tu muerte, como le ha ocurrido a Cela, tengas que cerrar el quiosco por falta de quórum. Me conmueven las fundaciones de los escritores, de los artistas en general. Se busca en ellas una inmortalidad pequeña, algo mezquina, una inmortalidad de mesa camilla y sopa de fideos. Una inmortalidad mortal. Qué le vamos a hacer, somos así de chicos, de estrechos, de necesitados. A ver si hay suerte y la fundación de Umbral, recién inaugurada, dura más que la de su maestro.