Dicen los científicos que la vida acelerada, el estrés, las actitudes negativas, todo eso tan de moda, disminuye la expectativa de vida. O sea, que si vamos como vamos, dentro de nada no llegamos ni a la pubertad. Y es que el estrés, en esta nuestra sociedad de hoy, se nos sirve con el primer periódico de la mañana y en la misma bandeja que el café. Una piensa que la noche pudo haber sido caritativa, pero no. Los periódicos nos traen toda la actualidad erizada, y nuestros nervios se disponen pronto a degenerar, según los científicos. Y para demostrarles que no soy la única que se desencuaderna a consecuencia de este aire espeso que corre, les diré que el otro día, en este mismo periódico, fui a dar con un comentario de la sección Lectores cuyo título me llamó poderosamente la atención. Decía, ¡Yo acuso!, y la autora acusaba a los dirigentes de este país por incompetentes; a la oposición, por la lluvia de críticas hueras que tampoco aportan soluciones; a la Iglesia católica, por no manifestarse contra la situación de flagrante pobreza y listos andan, en cambio, a salir a la calle por el asunto del aborto; a los falsos progresistas y las familias acomodadas que vuelven la cabeza hacia el otro lado cuando se les pide colaboración económica y, en fin, a esos parados que cobran el paro y trabajan en negro sin denunciar fraude alguno. Ningún títere quedó con cabeza, vamos. Y aunque por desgracia no encontré tal alegato especialmente novedoso (¡la puñetera fuerza de la costumbre!) me dejó el panorama mañanero malherido. Lleva razón, me dije antes de pasar hojaÉ

Y mientras me bebía mi café, recordé la entrevista que en una cadena de televisión, el señor Gabilondo le hizo a la joven periodista Judith Torrea quien ya hace años mantiene una valiente lucha en pro de los desheredados de Ciudad Juárez, Méjico, nido de desalmados narcotraficantes que extienden el dolor, la desesperación y la muerte por toda la zona. El ser humano se muestra allí en su estado de degradación más deplorable. Los muertos en Ciudad Juárez tampoco tienen sepultura, como los actualmente protagonistas, los también caídos en aquella lamentable guerra nuestra y que aún permanecen en cualquier zanja bajo tierra.

Todas estas noticias se me atropellan en la cabeza porque todo anda tan, tan incomprensiblemente revueltoÉ

Pues bien, a cuenta de esta última digresión -los muertos insepultos- tomo otra sugerencia que viene, en este caso, de Andrés Trapiello quien en su artículo Todo menos justicia habla de la Audiencia Nacional, del Tribunal Supremo, de Garzón y del resultado, que parece de todo menos ecuanimidad, equidad, justicia en una palabra. Pero hay un subtítulo que me llama poderosamente la atención. Dice: "Hablando de guerra civil, el único bando decente es el de Antígona".

Y yo me quedo reflexionando sobre mi taza de café ya vacía. Antígona, la hija de Edipo, ¿la recuerdan? Qué desgarro el de aquella mujer que ha de ver el cadáver del hermano sin sepultura, a merced de las alimañas y sin poder hallar la pazÉ Esas eran las normas del rey en funciones, Creonte; ustedes, sin duda, recordarán la tragedia de Sófocles. Imaginen a Antígona desafiando las leyes por defender el descanso eterno del hermano. Y llegado el desastroso resultado final lleno de muertes y desolación, contemplamos al viejo rey Creonte, pariente además de todos los personajes inmolados a causa de unas leyes que no restañan el dolor de los hombres, lamentándose por haber preferido mantener la soberanía por encima de todos los valores familiares y humanos, cosa que le acarreó no sólo la desdicha de su pueblo, sino su propio y personal dolor. Esta es una historia que entronca sus raíces hace varios siglos antes de nuestra era, aunque parezca que sucedió ayer. Y tal vez por eso, Trapiello no desea volver los ojos hacia los grandes asuntos de la política, "sino hacia ese puñado de personas que ya hace tiempo reclama el derecho, como Antígona, de enterrar a sus muertos. Familiares sumidos en un dolor agudísimo que dura desde hace setenta años, azotados más que nunca por la desolación de comprobar que la justicia es todo menos justiciaÉ".

¿Quién se irritaría hoy porque unos familiares busquen a sus muertos en las fosas comunes y les den digna sepultura? ¿A quién puede conturbar este deseo? No creo en las revanchas y no escuché que los familiares de estos tristes muertos se muevan por tales motivos. Lo que me preocupa es el que por ahí ande la palabra politizar dando vueltas como una peonza. Pero ¿quiere decir eso que la "política" es un arma arrojadiza que sirve para herir y no para gobernar; para la guerra y no para la paz? Pues miren, nosotros, los llamados la base, los que generamos la energía que mueve las máquinas, las azadas, los libros, las grúas, los autobuses, los telones de los teatros, o incluso las máquinas que imprimen las noticias, esos nosotros, que somos muchísimos, no lo vemos así. Pensamos como Antígona. Hay que hacer lo que creemos en conciencia que hay que hacer, y cumplir con nuestros deberes que nos obligan con la humanidad; es ésa una norma con la que venimos al mundo y que traemos grabada en no sé qué íntima piel. Pero es el Coro, en la tragedia de Sófocles, quien cierra la escena con su llamada a obrar con prudencia y respetar las leyes que llevamos dentro.

El cuerpo de Polinices ha sido enterrado con honores preservándolo así de la desapariciónÉ sí, pero a costa de los tantos muertos que lucharon por esta causa.

Me gustaría pensar que los cadáveres que aún permanecen de cualquier manera en las fosas, algún día reposen bajo tumbas con nombres y frases cariñosas de sus Antígonas. Sin acritud, sin rencores, sin revanchismoÉ Y con el sentimiento de todos, sin distinción, de que ya descansan en paz.