Las decisiones políticas que más afectan a los ciudadanos, las que acotan nuestro presente y proyectan nuestro futuro como colectivo, país, etc., parecen cada vez más mediatizadas por las recomendaciones y los informes de los gabinetes económicos de los organismos internacionales tales como FMI, el Banco Mundial, la OCDE o las agencias de calificación. En eso es difícil no estar de acuerdo. Puede que siempre haya sido así, pero pocas veces se había hecho esto tan evidente como en los últimos tiempos. La implosión hace dos años en EE UU de los productos financieros y las hipotecas de alto riesgo, los famosos hedge funds y las sub prime, una tormenta económica que ha acabado por contagiar a toda la economía mundial, pero que se está cebando con especial virulencia en la vieja Europa que diría Aznar, está cambiando demasiado y demasiado rápido la toma decisiones. Y da la sensación de que el precio a pagar es que la gobernanza mundial reclamada por algunos líderes como Felipe González es cada vez menos democrática y queda más alejada del ciudadano y de sus representantes.

Cada nueva decisión de un país soberano, y son muchas y graves las que se están adoptando últimamente, va precedida de una cascada de informes e informaciones en "prestigiosos" medios alertando de una situación grave si no se toman tales o cuales medidas. Curiosamente éstas casi siempre van en la misma dirección y, además, con la particularidad de que los ciudadanos cada vez entienden (entendemos) menos. En el caso Griego esto fue palmario. Y en el de España casi tanto. Todos y cada uno de los duros ajustes (reformas estructurales les llaman) que se dicen "necesarios", "inaplazables", etc. adoptados por los gobiernos europeos en los últimos meses, el plan de ajuste de Zapatero, la reforma laboral a punto de caer en España, la de las pensiones que vendrá, los recortes en Alemania, Italia, Francia, Reino Unido..., han venido precedidas de un chorreo, casi catarata, de informes y "consejos" de estos organismos internacionales a la manera de tautologías donde no cabía ni el debate ni la discrepancia. Lo nuevo es que ya no se limitan a hacer públicas sus conclusiones, si no que exigen y aperciben a quien no esté dispuesto a seguir sus orientaciones con las consecuencias de enfrentarse a "los mercados", así en plural, una expresión que encierra siempre una amenaza. Se acepta todo como si de un catecismo se tratase. Cuestión de fe. Sólo parece haber una salida. La que ellos indican.

Esto, como ciudadanos que se creen libres, nos plantea una pregunta, retórica si se quiere, pero que no deja de ser relevante porque afecta al propio sistema de gobierno que nos hemos dado, a la organización democrática de la sociedad occidental: si son ellos, esos organismos y esos técnicos que han pasado de actuar en los foros económicos en los que estaban recluidos a ocupar el primer puesto de mando en la toma de decisiones, si son ellos los que nos marcan el camino, por qué no se presentan a las elecciones y los votantes y ciudadanos deciden (decidimos) libremente lo que queremos. Y, sobre todo, si los queremos a ellos y si estamos dispuestos a pagar el precio que nos exigen. Porque, puestos a hablar claro, tampoco parece que hayan pagado ellos precio alguno cuando yerran. Y lo han hecho, y lo siguen haciendo, muy a menudo. Sólo es cuestión de seguir el hilo de sus informes-oráculos en un periodo de tiempo no demasiado corto para ver cómo varían. Algunos de los que hoy nos dan lecciones para combatir el déficit, nos rebajan la calificación de nuestra deuda nacional, nos intimidan con los "mercados", nos apuntan esta o aquella política como única salida, defendían horas antes de la implosión financiera de EE UU que los hedge funds eran la mejor y mas segura inversión. Son los únicos a los que se les permite equivocarse sin pagar precio.

Porque, el problema puede ser que por este camino una parte significativa de la ciudadanía sobre la que se carga la crisis que no ha provocado, llegue al convencimiento de que quien dirige nuestros destinos y gestiona nuestros impuestos ya no es el gobierno al que se vota y el presidente al que se elige. Ahí puede aparecer una cuestión de legitimidad de consecuencias impredecibles. Existen dudas razonables en pensar que ya no es el presidente de turno, llámese este Zapatero, Sarkozy, Merkel o Berlusconi, quien lidera el proceso, en parte por la debilidad de los propios actores. Esto, cierto, es especialmente grave en el caso del travestismo político que ha sufrido el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, cuyo giro copernicano no es ya un cambio si no que cuesta encontrar en sus decisiones últimas nada de su lenguaje político anterior. Pero esto mismo o parecido sucede en otros casos. Angela Merkel en Alemania está haciendo básicamente lo contrario de lo que prometió hace apenas unos meses en las elecciones, tanto que ayer mismo la oposición ya le pedía elecciones anticipadas por este fiasco. Donde habló de bajar impuestos, ahora estudia subirlos... por las exigencias del "mercado" y de esos organismos económicos. La consecuencia puede ser que la ciudadanía se pregunte: ¿entonces, para qué se vota y elige a los gobernantes?

El riesgo, de continuar así las cosas, y todo hace pensar que así será, puede ser la desafección de esta ciudadanía hacia los partidos políticos, hacia el propio sistema democrático y, por extensión y en el caso europeo, hacia la UE, que es a quien en verdad parecen ir dirigidos muchos de los "SMS" con que nos bombardean estos eruditos. Algunos hechos últimos apuntan en esta dirección. No es casualidad el hecho de que opciones políticas que propugnan la vuelta a las esencias nacionales, las de menos Europa, menos inmigración, tengan cada vez más eco electoral y aquellas que han apostado fuerte por una UE no sólo solo económica, estén cada vez más marginadas. Los resultados electorales de esta misma semana con un fuerte incremento de las opciones xenófobas en Holanda es un ejemplo. Se podrían citar muchos más. Algo debe estar pasando cuando ayer España y Portugal celebraron de forma conjunta su ingreso hace 25 años en la UE y el mensaje de sus responsables políticos fue una apuesta "de los estados frente a los mercados".

La viñeta de El Roto del jueves último en El País recogía todo lo anterior de una manera muy gráfica: un hombre bien trajeado y con pajarita le dice a otro de igual guisa: "Olvídate del Legislativo, del Ejecutivo, del Judicial, el poder es del adquisitivo". Ya lo sabíamos, pero ahora está quedando demasiado evidente. Y esto también tendrían que explicárnoslo si quieren que sigamos creyendo. Y la verdad es que se echa en falta esa explicación.