En el célebre discurso de presentación de su gobierno de unión nacional ante la Cámara de los Comunes, el 13 de mayo de 1940, Winston Churchill decía: "No tengo más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor".

Semejante programa llevó a Inglaterra, junto a los aliados, a la victoria, sobre la Alemania nazi. Ello no impidió que en 1945 Churchill fuera derrotado por el laborista Atlee, quien le sustituyó en la conferencia de Potsdam, que se estaba celebrando en esos momentos.

Traigo a colación la frase de Churchill porque, aunque las circunstancias en nuestro país no son evidentemente las mismas -ahorrémonos la sangre y las lágrimas- quizá alguien debería cuantificar el sudor necesario para superar la actual crisis (curiosamente el esfuerzo suele excluirse de la cita del discurso). Quizá el mismo que habría de intentar aunar y coordinar los esfuerzos de todos, a sabiendas de que muy probablemente le cueste las siguientes elecciones, como en su día le ocurrió al lider británico.

No creo que las últimas medidas económicas adoptadas por el Gobierno den resultado a medio plazo. La subida del IVA, la congelación de las pensiones, el recorte salarial a los funcionarios y las demás restricciones en el gasto público y social van a provocar la disminución del consumo y el aumento del paro. Circunstancias ambas que harán que se diluya el ahorro inicial conseguido.

Y es que más que parches circunstanciales España necesita reformas estructurales de hondo calado:

En primer lugar la reforma de la ley electoral. El Gobierno español no puede verse sometido al continuo chantaje de minorías regionalistas o nacionalistas, sobredimensionadas electoralmente. Habría que cuantificar, con la excusa de deudas históricas u otros eufemimos, cuánto nos ha costado la aprobación de determinadas leyes o de sucesivos presupuestos cuando los gobiernos centrales no han tenido mayorías absolutas.

En segundo lugar hay que replantearse el gasto autonómico. El Estado de las Autonomías supone que, además del Gobierno español, existen 17 administraciones autonómicas. Pero, además, se requieren organismos coordinadores de las políticas (agrarias, turísticas, de infraestructuras, etcétera) de estas 17 comunidades entre sí, y, a su vez, con el Gobierno de la nación. Urge racionalizar ciertas competencias, suprimir algunas, reducir otras y recuperar para el Estado otras tantas. Y sobre todo delimitar, de una vez por todas, qué competencias corresponden a los gobiernos autonómicos y al central.

Tampoco debemos olvidar el gasto y a veces despilfarro que se produce en muchas administraciones locales: endeudamientos astronómicos, plantillas de funcionarios sobredimensionadas, obras innecesarias, etcétera.

En tercer lugar es necesario actuar sobre la economía sumergida, el trabajo negro y la defraudación de impuestos (la del IVA es probablemente la más frecuente).

En cuarto lugar hay que hacer más competitivos los productos españoles y eso pasa a corto plazo por la reforma laboral y a largo plazo por la reforma educativa. Los empresarios tendrán que reducir sus márgenes de beneficio vía impuestos progresivos, o de la forma que se considere más adecuada. También los trabajadores tendrán que producir algo más por algo menos, sea cuál sea la fórmula concreta que se adopte.

No podemos demorar más un pacto para impulsar una educación acorde a las necesidades del siglo XXI. Es intolerable, estéril y peligroso -económica y socialmente- que estemos haciendo de la educación el campo de batalla de planteamientos ideológicos propios de comienzos del siglo pasado.

En quinto lugar disminuir todo tipo de subvenciones directas o indirectas y suprimir algunas que podríamos calificar, cuanto menos, de pintorescas.

¿Quién sería capaz de cambiar la ley electoral, embridar las autonomías, racionalizar el gasto local, sacar a flote la economía sumergida, llevar a cabo la reforma impositiva, combatir el fraude fiscal, reducir subvenciones, realizar la reforma laboral y estabilizar el sistema educativo?: ¿Rodríguez Zapatero?, ¿Mariano Rajoy?, ¿cualquiera de los dos previo pacto de gobierno?; ¿a sabiendas de que probablemente perderá las siguientes elecciones?

La situación no es tan dramática como la de la Inglaterra de 1940, pero sí lo suficientemente grave para tomárnosla en serio. Sería excesivo ofrecer sangre y lágrimas, pero alguien debería revelar la medida real del esfuerzo y el sudor que es necesario aportar entre todos para salir de esta crisis. Si no un Curchill, sí, al menos, necesitaríamos reeditar los Pactos de la Moncloa. Y si los actuales políticos no son capaces de ello, lo que tienen que hacer es irse y dejar a otros que sí lo sean. Porque, si tan siquiera pueden realizar el esfuerzo de ponerse de acuerdo y afrontar conjuntamente la difícil situación económica del país, ¿qué autoridad tienen para pedirnos esfuerzos y sacrificios a los demás?