Semanas atrás, uno de los miembros más destacados de ave -no del tren, sino de la Asociación Valenciana de Empresarios- se entrevistó con Rajoy para trasladarsle la preocupación sobre la situación que se vive en esta bendita tierra e intentar sonsacarle sus planes correctores. Como ustedes intuirán, propósito baldío. Al haber acudido acompañado de un correligionario alicantino y estar dirimiéndose en aquellas jornadas las posibles alianzas de la entidad financiera más representativa del sur de la Comunidad, el conocido patrono inquirió a la conocida alternativa: "¿Has dado el visto bueno a que Cajamadrid absorba a la Cam?". "En absoluto". Más recientemente, y en cuanto la operación fue tomando cuerpo, el reputado patrón valenciano se daba cabezazos contra la pared por no haberle repreguntado si con Bancaja...y Rajoy no iba a darle el trabajo hecho. Este episodio, que ya sabemos de la forma en que ha acabado, se une al que se vivió aquí en primer plano cuando Cam y Cajamurcia llegaron a lo que parecía un acuerdo total. Tan definitivo que se encontraba en el despacho correspondiente del Banco de España para su rúbrica. El momento en el que se deshizo fue el escogido por Coepa, Cámara y demás para empujar y respaldar esa opción como la más interesante entre las que se dibujaban. El término que define la sensación con la que los representantes de los empresarios valencianos han acogido la nueva fusión registrada ayer es el de perplejidad. Es decir que, resumiendo que es gerundio, ni los unos ni los otros se han movido cuando debían, porque algo les compete, ni han pintado nada en todo el proceso. La oposición, por su parte, no ha tocado ni de oído. Y el presidente del Consell habrá estado informado pero, el contrapeso que haya podido ejercer en las decisiones adoptadas, ahí está. O bueno, acullá.