A finales de mayo se falló el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010. En esta ocasión, la candidatura conjunta de los sociólogos Alain Touraine y Zygmunt Bauman ha sido la que se ha llevado merecidamente el premio como representantes de la tradición intelectual del pensamiento europeo. Octogenarios ambos, pero en perfecto estado de revista intelectual, tienen en común su compromiso con los movimientos antiglobalización, a la que critican por las consecuencias que están trayendo las políticas neoliberales de la globalización financiera (Touraine) y por señalar la orfandad del hombre posmoderno que padece un mundo frágil de valores perecederos y relaciones frías y volátiles (Bauman).

Desgraciadamente, pocas veces salen de su nido los pensadores con discurso humanista propio que defienden al ser humano por encima de la dictadura del capital y que han demostrado la suficiente perspicacia y rigor como para pintarnos la sociedad tal cual es alertando de los peligros en los que estamos inmersos. Por eso me congratulo con la decisión del jurado de este premio, que ha puesto con toda justicia en el escaparate mundial a estos dos ilustres intelectuales que, a buen seguro, incitarán a bucear en sus reflexiones y escritos de los que tan necesitados estamos.

Estos defensores del derecho a tener derechos y de la autoconciencia humana conjunta deberían haber tenido más predicamento, al menos con el pretexto de la concesión de este prestigioso galardón. Me dio la impresión que en algunos medios de comunicación que se molestaron en comentar la noticia, hicieron más noticiable el premio en sí, haciendo el hincapié en su indudable prestigio, que el referente de los premiados en su defensa de la dignidad humana y sus análisis que nos alertan sobre nuestra decadencia.

El breve recorrido de esta noticia sociocultural me ha recordado la carencia en la que nos encontramos por la escasa presencia pública de intelectuales comprometidos con este tiempo; profetas de hoy que nos ayuden a reflexionar y madurar actitudes y conciencias para trabajar en el pequeño marco de influencia social de cada cual. No es de recibo las horas de televisión que nos endilgan sobre cotilleos lacrimógenos y peleas de vecindario encarnadas por personajillos que una sociedad sana no deberían tener semejante predicamento. Pero menos entendible resulta la ausencia de espacios críticos y de contraste que dedican las cadenas generalistas, sobre todo las públicas, por aquello del bien común. ¿Cómo es posible que tantos aún nos acordemos del programa La clave de José Luis Balbín? Con el tiempo que ha pasadoÉ Al menos, la prensa y la radio aún mantienen sus espacios de análisis y reflexión aunque algunos hayan reducido el espacio a la crítica.

Más allá de la atomización política que la sociedad está experimentando entre blancos y negros, rojos y azules o buenos y malos que ha salpicado a los grupos de comunicación, los grandes pensadores deberían tener más espacio público, sobre todo en la televisión, y sin necesidad de ganar un prestigioso premio de humanidades para reivindicarse. Tampoco algunos de ellos parecen muy dispuestos a desarrollar su labor intelectual más allá de las aulas o los foros especializados, sin apenas mojarse activamente sobre las cuestiones más candentes que requieren de su voz para "sembrar la paz en los espíritus y alarma en las conciencias". Hacen falta.