Aestas alturas ya no sé muy bien qué es la economía, mucho menos la que llaman "de mercado", y me pregunto para qué sirven en realidad los economistas, una profesión de gran predicamento desde la década de los años 80 que parece haber demostrado sus altas capacidades de ineficacia como consecuencia de, o gracias a, la crisis que sobrellevamos. No queda más remedio que admitir que vivimos tiempos aciagos y que a quienes llamaban pesimistas y agoreros hace un par de años, el devenir de la economía les ha convertido en una suerte de optimistas. Economía, ¡qué compleja palabra! En otros tiempos era sinónimo de administración eficaz y razonable, un término, en general, asociado a ahorro y a reducción en el gasto. Mi abuela, sin ir más lejos, se pasó la vida "haciendo economías". Sin embargo, en los últimos años, la economía ha pasado a ser exponente de disponibilidad ilimitada de dinero, de gasto desmedido y sin control, rozando casi el derroche para "fomentar el consumo". Ahora, la situación es tal que Alemania, Holanda y Reino Unido consideran que se está como en la postguerra, lo que lleva aparejado menores salarios, menores retribuciones por despido, menores pensiones, menores valores de inmuebles y de inversiones, y mayor paro. El premier británico David Cameron y la canciller alemana Angela Merkel ya han advertido en clave externa e interna que la vida para británicos y alemanes va a cambiar drásticamente, lo que es lo mismo que decir que para todos los europeos. Con todo esto, ¿en qué lugar queda la credibilidad de la ministra española de Economía Elena Salgado, aquella que hace unos meses nos habló de unos optimistas "brotes verdes" que sólo hemos visto en su amplio vestuario ministerial?