Un gran amigo mío, al que no he visto en mi vida ni jamás veré, me ayuda hoy a escribir. Verán: en el breve espacio que recorro hasta la oficina de Correos, constaté ayer mismo que puedo matricularme en una Escuela de Bodyboard (sea el bodyboard lo que sea el bodyboard, que no lo sé), comprarme un modelito en la Boutique Leydi (nada de Lady: escrito como se pronuncia), hacer en Kimber's lo que se haga en Kimber's, sacarme una peli del Vídeo Club King, tomar algo en Pibe's, equiparme para cabalgar olas en More Surf y ver que sigue cerrado el Playboy. Inmersión total, pues, en la lengua inglesa, en no más de diez minutos de paseo. Bien está, nada mejor que aprender idiomas. No sé cuántas academias de inglés figuran en las Páginas Amarillas de mi ciudad. Por no hablar del francés, el italiano, el alemán, el portugués o el chino. Por no citar, si me asomo a internet, de las facilidades que encuentro para conocer el búlgaro, el bengalí, el cingalés, el esperanto, el maratí, el telugu o, si de ello hubiere menester, el cebuano. Fantástico.

¿Y el español? ¿Dónde puedo pulir ese español que es una de mis dos lenguas maternas? ¿Dónde puedo perfeccionar mi idioma, ese instrumento que influirá necesariamente en la perfección de mis obras? Nadie me responde. Silencio en la noche. En estas dudas estaba cuando abrí un libro del amigo citado, lleno de actualidad al respecto. Lean ustedes conmigo y sustituyan la palabra "latinidad" por "inglés" (o por "javanés" o "tamil" si así les place): "Sería necesario desterrar otro abuso que viene de más atrás, y es la falta de estudio de nuestra propia lengua. En vez de tantas malas escuelas de latinidad, ¿cuándo será que veamos alguna de lengua castellana? Si ésta ha de ser por toda nuestra vida el instrumento de nuestra razón, de nuestra meditación, de nuestro estudio y nuestra comunicación; si a él habremos de deber todos nuestros conocimientos, toda la perfección de nuestro espíritu, ¿por qué no trataremos de mejorar y perfeccionar este instrumento? ¿Por qué no tendremos también escuelas de Humanidades castellanas? ¿Por qué no enseñaremos los fundamentos de la elegancia, de la oratoria, de la poesía, esto es, los principios del arte del bien decir en castellano? ¿No es cosa dolorosa que esté por fundar todavía la mera cátedra de estos estudios?".

Este lamento, que parece recién escrito dada su actualidad, lo firmó mi amigo Gaspar Melchor de Jovellanos el 17 de diciembre de 1795. Pertenece al Fragmento de una carta a Antonio Fernández de Prado, tomo XII de sus Obras completas. Y digo yo: ¿no habrá unos euros públicos para abrir una buena academia de los principios del arte del bien decir en castellano, quizá distrayéndolos de esos gastos "culturales" que ni tienen público ni valen más que para autopromocionarse los gafapastas de turno, quizá de esos congresos que apenas reúnen una docena de amiguetes en su ceremonia de clausura, quizá de esas fundaciones que funden sin fundamento ni función, para evitar así que dentro de otros doscientos años siga quejándose de lo mismo cualquier plumilla como un servidor?