Era una declaración de calado, que significaba romper con la columna vertebral de la lucha antiterrorista auspiciada por la administración de George Bush y cuyo paradigma ha sido el desastre de la intervención bélica en Irak, un país gobernado por un dictador pero cuya "liberación" ha puesto sobre el teatro de operaciones cientos de miles de víctimas mortales inocentes y un retroceso en su economía de varios lustros. Por eso, ahora, cuando Israel ha actuado como lo ha hecho contra la "Flotilla de la libertad" frente a las costas de Gaza, todo el mundo civilizado se ha quedado mirando a Obama. Pero el presidente ha optado por el silencio. Tanto que hasta ayer tarde aún no había encontrado un hueco en su agenda para pronunciarse sobre la brutal acción militar israelí con un saldo de, al menos, nueve muertos y decenas de heridos.

Por contra, a esas horas, ya sabíamos que el nuevo rumbo de la aún hoy en día principal potencia militar no parece vaya a afectar a sus relaciones con el amigo israelí. Eso, al menos, se deduce de la tibia intervención de su representante en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y que obligó a un suave reproche de los hechos obviando la condena formal al Estado de Israel. Para esta cuestión EE UU sigue apuntado a la vieja doctrina preventiva, pues no de otra manera cabe calificar la brutal acción del Ejercito israelí en aguas internacionales. Ni siquiera esperaron a que los barcos estuvieran dentro de su jurisdicción para atacarles. Debían saber que, pese a todo, EE UU siempre sabe dónde están sus amigos. Y sus intereses.

Pero el problema es que el mundo albergaba una esperanza y se ha quedado mirando a ver qué hacia ahora Obama y Obama ha preferido mirar para otro lado. A partir de ahora su agenda internacional se le va a complicar, y de qué manera. No solo en la intermediación en marcha en el conflicto israelo-palestino, si no que, por extensión, en los otros focos de máxima tensión del mundo árabe como son Irán y Afganistán, va a tener más difícil hacerles llegar su mensaje. Algunos van a estar tentados de no fiarse de la mano tendida del presidente. Eso no le beneficia a él, ni a EE UU. Tampoco al resto del mundo. Sí a los viejos y derrotados halcones de la Casa Blanca. El mundo civilizado esperaba otra respuesta y se ha encontrado sólo con una pregunta: ¿Y ahora, qué?