Miguel Ríos ha decidido retirarse de los escenarios. El que fuera el rey de los ochenta ha decidido colgar las botas y pegar el cerrojazo a una carrera que dura desde que era un imberbe de 17 años. Actuó en Alicante este sábado. No en un campo de fútbol, ni sobre una plataforma giratoria, ni con millones de vatios de luz deslumbrándole, pero ofreció un concierto espléndido. Con un tipo, una forma física y un movimiento de caderas que ya quisiéramos muchos que tenemos bastantes años menos que él, el espectáculo tuvo un ritmo fantástico, un repertorio divertido, sentimental y coherente, y una excelente banda (el pianista, superior: encima, alicantino).

Miguel Ríos fue el primero en atreverse a competir contra los monstruos americanos e ingleses con sus mismas armas: la de los macro-conciertos en estadios de fútbol, en plazas de toros, ante auditorios enormes. Y lo hizo a lo grande, y triunfando con espectáculos que fueron mejores y más baratos que los de muchas mega-estrellas anglosajonas que no se dignaban a decir ni los buenos díasÉni siquiera en inglés, no hablemos ya de soltar alguna frase en español. Sus giras veraniegas en los ochenta, aparte de un espectáculo musical, supusieron la llegada de la profesionalidad y la modernidad al pop-rock español (porque la movida madrileña de finales de los setenta y principio de los ochenta sería muy creativa, pero un poco cutre, para qué negarlo: Miguel siempre miró más allá porque ya tenía una edad), de la misma manera que pasó en este país en todos los ámbitos en los que había hambre de cambio, de pasar página y de mirar hacia delante.

El cantante granadino siempre ha tenido un respeto reverencial, casi excesivo por el público que paga un dinero por verle, y tras muchos años de curre, ha creado un cliché de figura del rock que derrocha simpatía, buen rollo, saber estar. Con unos andares y un chasqueo de dedos como no hay otro (no hay artista español que pueda hacer una salida al escenario como la que hace él en esta gira: Miguel Ríos en estado puro) mantiene un timbre de voz y una entonación prodigiosa que sería un pecado que no se aprovechara, y esperemos que sus compañeros de profesión le reclamen para duetos, tríos o cuartetos. Porque esa es otra: se va sin una mala palabra, sin un mal gesto, sin un mal rolloÉ..y con un concierto, de dos horas y media por poco más de ¡veinte euros!. Y como detallazo, y tras agradecer los aplausos al público, el trabajo a los operarios y la compañía a sus músicos, dedicó una de sus mejores baladas, "Todo a pulmón" a la Comisión por la Memora Histórica de Alicante -en una ciudad en la que pasando lo que pasó, la desidia, indiferencia y desprecio de muchos de sus dirigentes, y no sólo de los políticos, clama al cielo- con las palabras justas y sin agredir a nadie. Y para terminar, el Himno de la Alegría. ¿Se puede pedir más? Pues no.