Un afamado aforismo, reiteradamente contrastado, asegura que la política hace extraños compañeros de cama. En el proceso de negociación del nuevo sistema de financiación autonómica valencianos y catalanes han unido fuerzas y así lo han puesto de manifiesto en varias ocasiones durante las últimas semanas, incluso en actos públicos. ¡Quien te ha visto y quien te ve!, podría exclamar un viejo del lugar. De modo y manera que tenemos en estos momentos al eterno demonio catalán, en esta ocasión en su versión de tripartito social-comunista-independentista, como socio de estrategia para reclamar dineros a la Villa y Corte precisamente cuando en Moncloa se encuentra como inquilino Zapatero, convertido en el nuevo demonio doméstico de la Generalitat que preside Francisco Camps. Esta alianza fundamentada en el dinero cuenta además con un valor añadido: son los catalanes, con el president Montilla a la cabeza, quienes llevan el peso de la contienda por lo que el desgaste está siendo mínimo para su homólogo valenciano, quien no ha dicho todavía esta boca es mía y muy probablemente no lo dirá nunca; para eso ya tiene a su vicepresidente Gerardo Camps para que de cuenta del apetitivo.

Esta alianza estratégica no debería ser considerada antinatural; antes al contrario es el resultado de un proceso lógico de la nueva realidad de la estructura político- administrativa de la España autonómica. A igualdad de problemas se buscan y se reclaman las mismas soluciones al margen de los colores políticos de los gestores, en este caso marcadamente diferentes en la plaza de Manises y en la plaza de Sant Jaume. Sin embargo, ocurre que este planteamiento, aparentemente racional, está rodeado de retranca dado que la administración Camps se guarda muy mucho de llevar la iniciativa acomodándose a aquella actitud que adopta en ciclismo uno de los dos corredores que integran una escapada consistente en dejar el peso del esfuerzo a su compañero con el propósito, totalmente descarado, de reservar fuerzas para los metros finales y así tener más opciones para lograr la victoria. Este talante tiene un par de riesgos: que los perseguidores aborten la escapada o que el que tira acabe finalmente llevándose el gato al agua porque es conciente de sus propias fuerzas; al final, quien va por delante y marca el ritmo siempre lleva ventaja sobre el que va detrás.

Camps se mantendrá solidario, siempre desde su mutismo, con su colega Montilla en tanto en cuanto la pugna con el Gobierno central por obtener un nuevo sistema de financiación autonómica no conlleve un desgaste de su figura política. El presidente Camps se concentra en su particular raca-raca que no es otro que la insistencia en señalar al Gobierno de Zapatero como única fuente de todos los males habidos y por haber en su administración. Las cuentas públicas de la Generalitat conocidas esta semana pasada, con agujeros por todas partes por los que manan a borbotones los dineros que administra, no son otra cosa que eso, culpa de Zapatero. Y ahí se acaba el análisis. En esa línea confluye con la reivindicación catalana, embrollada con el lío del Estatut reformado y quien sabe qué asuntos más, con lo cual no es de extrañar que piense que la situación asemeja a la miel sobre hojuelas. Ahora bien, instalado en esa cómoda posición el tiempo pasa y los acontecimientos se suceden sin que los ciudadanos valencianos, al igual que otros estamentos en la Villa y Corte, intuyan el final de esta especie de cama redonda en la que se ha metido el señor presidente de la Generalitat. Habrá que estar atentos a la pantalla para averiguarlo.