Ha llamado poderosamente la atención en la ciudad de Elche que en la lista de delegados al congreso del PSOE por el Baix Vinalopó no figurara Diego Maciá. Y que esta decisión fuera respaldada por unanimidad. La posición relevante de Maciá en el socialismo ilicitano desde la transición democrática parecía hacerle acreedor a una distinción de este tipo. Las miradas se han vuelto hacia Alejandro Soler. ¿Por qué esta llamativa exclusión?. La irresistible tentación de matar al padre, argumentan algunos. No parece, sin embargo, que vayan por ahí los tiros. Hubiera sido, no obstante, humanamente comprensible. Sobre todo, si se recuerda la marcada propensión a la rotundidad con que el anterior alcalde se conducía en la gestión institucional y en el partido. Sin embargo, parece razonable conceder a Soler el buen juicio de pasar por encima de tentaciones de ajustes con el pasado. No. Todo indica que el nuevo alcalde y secretario general del pesepevé local ha optado por lanzar a Valencia, y quizás a Madrid, un mensaje de control total y absoluto de la organización socialista ilicitana. Un control que, por lo demás, todo el mundo le concede y nadie parece poner en cuestión.

No hace mucho Mercedes Alonso optaba por no dar opción a votación alguna para elegir a los representantes del pepé ilicitano al congreso nacional de su partido. Nadie dudaba de que, en estos momentos, hubiera ganado la lista que ella hubiera patrocinado. ¿Por qué, entonces, aquella llamativa negación del saludable ejercicio democrático de votar en el seno del partido?. Sin duda, optó por lanzar el mensaje a Valencia, y quizás a Madrid, de control absoluto y total de la organización popular ilicitana. Un control que, como en el anterior caso, nadie le cuestiona. Y lo ha hecho en un momento en el que Rajoy necesita la aclamación cerrada y unánime de su partido, aún a costa de oficiar definitivamente un congreso a la búlgara que perpetúe las dudas acerca de su liderazgo. En coherencia con ello, Alonso se decidió por ofrecer el todo sin fisuras. El cien por cien. De la nada. De la ausencia de votos. Pero el cien por cien. Es la contribución de la derecha ilicitana a la "bulgaridad" del proceso.

Es curiosa la pasión que desencadena en los políticos lo absoluto. Y ocurre muy especialmente con los políticos españoles. Será difícil superar la imagen de los integrantes del grupo parlamentario popular pletóricos tras haber votado por ir a la guerra de Irak en 2003 y, sobre todo, tras haberlo hecho por unanimidad. Contrastaba con la posición de Blair que, habiendo por el mismo disparate, reclamaba para sí el valor de haber entrado al trapo de la dialéctica parlamentaria y haber conseguido en la oposición los votos que le había negado buena parte de sus propios parlamentarios.

Sin embargo, la realidad es bien distinta. Nada tiene que ver con lo absoluto. Y tiene mucho que ver con lo relativo. Y lo mismo ocurre con la gente. Frente a la irresistible atracción por la rotundidad que siente el político, el ciudadano vive preso de la vacilación. Y nada prueba que valore excesivamente los alardes de firmeza que suelen derivar en ausencia de pluralidad. La recia obstinación frente a la angustiosa inseguridad. He aquí una de las claves que explican el abismo que a menudo se abre entre la sociedad y quienes la representan. Quizás éstos debieran reflexionar. Quizás para evitar el autismo en el que, a menudo, se instalan. Quizás por estética. Quizás porque no queda elegante tanta unanimidad. Quizás, simplemente, para evitar caer en la "bulgaridad". q