La política de inmigración de Berlusconi está basada en la xenofobia, nutre las actitudes racistas o violentas y debilita los derechos humanos más elementales. Esto no es una forma de gobierno, sino de criminalizar a los débiles que llegan de otros lugares a buscarse la vida. Un grave "delito" que los poderes reaccionarios no perdonan. Por supuesto, los inmigrantes han de ser legales para permanecer en cualquier país, pero el respeto a los principios democráticos obliga a los dirigentes a guardar las formas y a poner en acción actitudes solidarias que brillan por su ausencia en la extrema derecha o en la derecha extrema. Es mucho más fácil barrer a los que sobran y no llevar a efecto unas políticas justas que rompan las enormes desigualdades que existen. Los ladrones de guante blanco, y no sólo en Italia, pisan lujosas alfombras mientras otros sobreviven, algunos malviven, reciben puntapiés por todas partes y se ven abocados a delinquir. A propósito, el Consejo de la Unión Europea tira de las orejas al Ejecutivo italiano por ser el que menos dinero dedica a la integración de los inmigrantes.

El justiciero Berlusconi, encargado de "destetar y de proteger a las niñas" de su Gobierno, ataca nuevamente y de paso intenta cubrir las vergüenzas de sus coqueteos con la mafia. El ministro de Reformas del país transalpino, Umberto Bossi, considera normal que la gente ataque a los campamentos de gitanos rumanos. Al parecer, el tal Berlusconi aprende de la "dureza" española en las fronteras y de las "severas" expulsiones de decenas de miles de clandestinos realizadas por Rodríguez Zapatero. Nada tiene que ver lo uno con lo otro.

Obviamente, debe apoyarse el desarrollo socio-económico de los países de origen de la inmigración para mejorar las oportunidades de sus ciudadanos, además de que siempre es necesario que ésta sea legal y organizada y que responda a las necesidades de los países de destino. La Iglesia italiana y el presidente de la República de Italia, Giorgio Napolitano, censuran los extremismos del primer ministro Silvio Berlusconi. Los obispos hablan de acogida y dignidad para los inmigrantes que respetan las leyes. La seguridad tiene que ir unida a la justicia social. Berlusconi es una amenaza.