El carisma no se ve, pero como los bífidos de José Coronado, se nota. Carisma se aplica mucho a los políticos, y de forma muy simple. Lo tiene o no lo tiene. Roger Master, experto de la universidad de Dartmouth, EEUU, comparó los gestos de algunos líderes con nuestros hermanos chimpancés, y el paralelismo de los códigos de la ira, el enfado, la duda, o la mentira eran tan inquietantes como reveladores. La pantalla partida, en un lado Bush, en otro un simio, resultaba dramático y decepcionante. Se insistió mucho en la primera parte de El carisma de los políticos, que La Sexta emitió el domingo, en lo que, sin ser científicos, todos sabemos, quizá por ese cordón umbilical que nos sigue uniendo a nuestros remotos antepasados ya que hay gestos que siguen interpretándose de la misma manera, y por eso, aunque no se hable, la cara lo dice todo.

Proponían un juego, quitarle el volumen a la tele. Lo he hecho con Aznar. Mi intuición, otra ciencia, me lo pedía para entenderlo mejor. Las máscaras faciales digitales miden la tristeza del orador, la inseguridad, la rabia, la veracidad o no de sus palabras según la sincronía con sus gestos. O sea, decir una cosa, y la cara otra. Nicu Sebe, universidad de Amsterdam, diseccionó las caras de algunos políticos conocidos, y el resultado no hizo más que confirmar lo que sabemos, educados como telespectadores. El carisma combina seguridad, solvencia, cercanía, humanidad. Para el belga René Zayan, Rajoy tiene gestos dinámicos, pero es inexpresivo, neutro, triste y aburrido. Zapatero es receptivo, simpático, poco tenso, pero escaso de autoridad. La Sexta, en programas especiales hasta el 9-M, se acercará a los políticos desde otro punto de vista. Con mucho carisma.