Permítanme disculparme por utilizar una palabra de difícil comprensión para algunos: dialéctica. Sé muy bien que un periódico tiene que ser perfectamente inteligible para todo el mundo, ricos y pobres, cultos y menos cultos, doctores y menestrales, catedráticos y obreros de la construcción. Y además soy muy consciente de que tener libre acceso a un foro público es un privilegio, y por lo mismo conlleva un alto grado de responsabilidad, tanto profesional como personal. Lo que pasa es que, a veces, para la palabra que quieres utilizar no encuentras sinónimo. Y éste es el caso de hoy.

Porque resulta que hace unos días me desayuné con otra palabra, rotunda y ácida, que una mano anónima (la cobardía gasta siempre esos modos); nos adjudicó al grupo de utópicos recalcitrantes al que pertenezco, y a mucha honra. La palabra en cuestión, ya lo verían publicado en su día, es "asesinos". Acompañada por si quedaban dudas de una cruz gamada, tranquilizador símbolo que adoptaron Hitler, Mussolini y demás benefactores de la humanidad, y de algún garabato más de la misma calaña. Tragar el primer café del día con el rótulo de asesina sobre el cogote me provocó una sensación surrealista. O sea que yo, que aun habiéndome criado en pueblo soy incapaz de matar una gallina y paso las de Caín cada vez que mis perros se cargan una tórtola o un gato, resulta que soy una asesina y hasta ahora no me había percatado. Cágate lorito (y perdonen la grosería de la expresión);.

De manera que para los que de Gramática no saben más que la parda, que mayormente son los mismos que andan por las noches pintando gilipolleces neonazis sin enterarse de que hace treinta años que vivimos en democracia, aclararé (a la pata la llana para que alcancen a entenderlo); que la dialéctica viene a ser algo así como la utilización de las palabras para establecer una comunicación entre personas. O sea, exactamente lo contrario a una pistola o una porra, por poner un ejemplo sencillo. Lo cual que los que nos tachan de asesinos a quienes, a cara descubierta y bajo el sol del mediodía, fuimos a plantar un arbolillo en flor para reinvindicar la memoria histórica de todos que nuestro alcalde nos niega, también la utilizan (la dialéctica, digo); aunque no lo sepan. Lo que pasa, claro, es que cada quien utiliza la que mejor cuadra a su forma de ser, pensar y actuar. Y la de estos señores no admite confusión. Así a bote pronto se me vienen a la cabeza dos mensajes clásicos suyos, de esos que permanecen años pintados con espray para edificación de la ciudadanía, que aparte de resultar de lo más explícitos constituyen una auténtica declaración de principios: "Rojos al paredón" y "Los rojos no tienen pilila".

Es obvio que el segundo, en el sentido estrictamente personal, habré de asumirlo: yo no tengo pilila. Pero sí tengo ovarios para firmar lo que escribo, no haberme escudado nunca tras rastreras nocturnidades y andar por la vida dando el careto, a sabiendas de que cualquiera de estos patriotas tan valientes me lo puede partir. Y el primer mensaje no precisa de aclaraciones, ahí están todavía muchas familias a las que la palabra paredón les sigue helando la sangre, 69 años después de la victoria franquista. Aunque si necesarias fueren, bastaría con que la misma pala que se usó para la efímera plantación del arbolillo del Campo de los Almendros volviera a usarse, esta vez para ahondar en ciertas cunetas, ribazos y alrededores de tapias de la provincia en donde, como en el resto de España, aún yacen bajo un olvido ignominioso las osamentas de los que fueron cobardemente asesinados, por defender al gobierno republicano legítimamente constituido frente a las huestes sublevadas del generalín golpista.

Dijo Cerdán Tato en La Goteta "que si nos arrancan este almendro plantaremos otro, y otro, y otro". Mira, Enrique, dejémoslo en metáfora, que plantar árboles adolescentes condenados al arranque inmediato es una pena, con la de árboles centenarios que se están arrancando cada día para hacer sitio al ladrillo. Sigamos plantando palabras; ésas (de momento); no las puede arrancar ningún cobarde con nocturnidad y alevosía. Sigamos utilizando la dialéctica: la nuestra frente a la suya. Y, eso sí, ajustémonos los machos; porque tal como se perfila el horizonte, cada vez más escorado hacia la derecha reaccionaria, y por la forma (no sé si irresponsable o meditada); de azuzar a la gente que se vienen gastando demasiados políticos, es más que probable que para los que nos dedicamos a esto de juntar palabras vuelvan a pintar bastos más pronto que tarde, según como se dé lo del 9 de marzo. Y no digo yo que nos hicieran lo que a García Lorca o Miguel Hernández ni que tuviéramos que exiliarnos como Machado y los demás, quieras que no estamos en el siglo XXI y supongo que en algo se tendría que notar. Pero bien, lo que se dice bien, se me da a mí que no lo íbamos a pasar. Ni que nos fuera a pillar por sorpresa, tampoco; que hoy una esvástica, mañana una marcha neonazi y pasado un obispo soltando que lo del maltrato es porque las mujeres ya no tenemos paciencia cristiana, los ultramontanos están tomando posiciones claras. Vamos, que si ganan, los que la llevamos clara somos nosotros. Y España, ya ni te digo.