Q ue la centralización de los servicios genera ahorro es una opinión que compartimos todos, generalizadamente. Sabemos también que la contrapartida reside en que a más centralización, mayor alejamiento de los destinatarios y, consiguientemente, puede resentirse la calidad: la adecuación a las necesidades se desafina, los procesos se enlentecen hasta la inoperancia, el aumento de los trámites y su complejidad acaban por hacerlos disuasorios,É Los objetivos para los que se crearon los servicios, fácil es que a medio plazo hayan sido reemplazados por el de justificar que cada eslabón de la cadena, que a estas alturas del proceso ya es excesivamente larga, cumple perfectamente la función para la que ha sido puesta allí. Pero, y de la efectividad de la conexión entre los eslabones, ¿quién se ocupa Hacia esa tipología organizativa es, siempre en mi opinión, hacia donde viene evolucionando nuestra Universidad - puede haber términos más ajustados para lo que he denominado evolución - .

A medida que los negociados del sistema universitario se centralizan y se distancian de los destinatarios, quedan convertidos en cementerios de elefantes donde hasta el más brillante y tenaz de nuestros administradores o de nuestros técnicos acaba incapacitado para ser útil debido a lo lento y tortuoso de acceder a ellos. El resultado es inoperancia del trabajo, frustración para los trabajadores y descontento de los destinatarios.

Una de las claves que mayor inoperancia incorpora es la circunstancia de que cada uno de los que trabajamos en el estamento universitario tiene al menos dos jefes: uno funcional cuyo cometido es encargarnos el quehacer cotidiano y otro orgánico dedicado a gestionar las relaciones laborales. La consecuencia operatoria es tan disparatada como para producir situaciones del estilo de que el trabajador que no puede asistir a su puesto de trabajo porque se encuentra enfermo, lo notifica formalmente a su responsable orgánico, a alguien de la gerencia de la universidad. El jefe funcional, el responsable de que el trabajo se realice - director, decano - , con suerte, se enterará oficialmente de la baja pasados unos cuantos días. Esas cosas suceden a pesar de que el sistema informático de nuestra Universidad pasa por uno de los más potentes de la provincia. Será porque estamos demasiado absorbidos en firmar documentos para justificar asuntos de los que la mayoría de las veces no tenemos ni la constancia ni la capacidad para entender. O tal vez, las convocatorias de comisiones y comisiones para decidirlo todo, al tiempo que exentos de responsabilidad directa, nos dejan exhaustos.

No podemos conformarnos con el actual estado de cosas en la Universidad alicantina. Ni huir hacia ningún sitio siguiendo la manida estrategia de hacer algo para parecer afanosos. Sobre todo, hay que tener cuidado con las huidas - departamentos, centros,É - . Es francamente difícil asumir que el plan que va a resolver problemas, lejos de bien planificado, se inicia provocando trastornos en casi todas las actividades. ¿Tan prescindibles son los decanos, los directores de los departamentos, los de los institutos de investigación y los jefes de los negociados para lo cotidiano

Otro rasgo de las etapas decadentes es la tendencia a regular para camuflar el relajo o la falta de iniciativa. Se establecen normas y sistemas de verificación que sirven para demostrar que todo es correcto. Es como si lo que importara realmente fuera tener abierto e incluso ni eso: durante varios períodos, de varias semanas cada uno, es imposible trabajar adecuadamente en nuestra Universidad porque la generalidad de los negociados permanece fuera de servicio. Podría parecer que el trabajo universitario consiste en impartir clases, exclusivamente. ¿Es alguien consciente de lo dificultoso de realizar la tarea investigadora con seriedad en estas condiciones ¿Quién está dispuesto a creerse que las empresas van a animarse a suscribir convenios de colaboración con los universitarios mientras la actividad sea tan irregular

Confiando ser escuchado, voy a formular algunos deseos: que caigan en la cuenta de mi condición de funcionario perteneciente a uno de los más altos niveles de la administración y, consecuentemente, que pongan a mi disposición al personal pertinente para que pueda desarrollar mi actividad provechosamente. Que dejen de escamotearme las instalaciones, tanto en el espacio como en el tiempo. Que me ayuden a poder aparcar cuando llego al campus a cualquier hora, procedente de una sesión de trabajo en los laboratorios de una empresa. Que programen la actividad de las subcontratas para que no perturben mi trabajo. Que prescindan de incentivarme por la utilización de recursos multimedia en las aulas a cambio de que pierda diez minutos de cada clase en el trabajo de recoger el equipamiento, trasladarlo al aula e instalarlo, al inicio; y en recogerlo, y devolverlo al almacén, al final de la clase. ¡Que no sistematicen más mi trabajo! ¡Que no me hagan más planes integrales!É

Que defiendan nuestros intereses para que la administración autonómica valenciana no pueda seguir despreciando a su propio sistema universitario y de innovación. Que consigan la equiparación de los ingresos de los que trabajamos en la Universidad de Alicantes a la media estatal de nuestros homólogos.

Se nos ha desquiciado el anidamiento. Una administración autonómica valenciana que es la primera en no creerse su propio sistema universitario, de innovación y de progreso y por eso lo gestiona con mezquindad. Inmersa, una universidad, la alicantina, que ha centralizado sus instrumentos hasta la incompetencia. La contradicción consiste en que la ansiada autonomía universitaria se ha trastocado en centralismo de puertas para adentro .

Juan Manuel García Chamizo es catedrático de Arquitectura y Tecnología de Computadores de la Universidad de Alicante.