H ace tiempo que pienso que acaso nuestros políticos no serían tan pugnaces, tan pertinaces en el error, si no fuese porque los respectivos medios de comunicación que los apoyan o los hostigan andan siempre en reabrir heridas que van cicatrizando, en dar vueltas a asuntos que se van resolviendo satisfactoriamente. Alguien que podía decírmelo me dijo una vez que los «tempos» de la prensa son diferentes a los reales: siempre andamos exigiendo velocidades allá donde, como decía el inolvidable Pío Cabanillas, lo urgente es esperar. Y así andamos con la sentencia sobre el 11-M, que parece no haber existido, si usted lee la batalla de nuevo emprendida en muchos periódicos inmediatamente posteriores a la publicación de la misma, o si usted escuchó ciertos comentarios, glosando, alabando o descalficando el papel que leyó el juez Gómez Bermúdez .

No dejes que la realidad te estropee un buen reportaje. Es la máxima cínica y algo cómica con la que unos periodistas zaherimos a otros, y viceversa. Nunca advertí mayor división mediática que ahora y, de tener yo fundamento para el consejo, propondría a nuestros políticos que no escuchen algunos comentarios extremados procedentes de columnistas, tertulianos y locutores encerrados en las jaulas de sus propias verdades. Temo que hace tiempo que el llamado cuarto poder, o algunos de sus representantes, ha decidido erigirse en el primero, sin respetar al segundo (Legislativo, ya bastante eclipsado de todas formas); y tratando de devorar al tercero (Judicial, encantado, en todo caso, de mantener todo tipo de connivencias con los chicos de la prensa);. Y así, claro, el engranaje de la democracia funciona no sé si tanto como de una manera imperfecta, pero sí con tropezones. Hitos como la sentencia del 11-M deberían, pienso, hacernos reflexionar a los profesionales de los medios, hacernos conscientes de nuestra importancia real (que es infinitamente menor de la que nos atribuimos a nosotros mismos, y bastante más pequeña que la que amablemente nos conceden algunos lectores, oyentes y telespectadores);. No es nuestro papel ordenar el firmamento, poner y deponer gobiernos, aleccionar a los jueces acerca de lo que tienen que hacer, a los policías sobre cómo investigar, a los otros periodistas sobre cómo tienen que informar. O a los reyes sobre cuándo deben hasta abdicar, si vamos al caso. En nombre del pluralismo, estamos matando el pluralismo y estableciendo una especie de dictadura del disparate. O, al menos, lo están matando y estableciendo algunos.

Ha llegado el momento de la humildad, de aceptar que tal vez la mayor parte de los policías hacen su trabajo lo mejor que pueden, tan bien, al menos, como ciertos investigadores periodísticos. Que los jueces instruyen con los datos en la mano de una manera honesta, que una parte abrumadoramente mayoritaria de los políticos desempeña su papel con criterios honestos, aunque tantas veces puedan estar equivocados (para eso estamos: para cuando nos parece que el camino está errado. No para imponer nuestros criterios ni forzar una vía única);.

Temo que el Ejecutivo anda un poco ensoberbecido - cierto: la sentencia les da, básicamente, la razón - , la oposición al Ejecutivo algo despistada - cierto: la sentencia ha sido un varapalo - , los jueces algo desperdigados - cierto: Gómez Bermúdez ha sido una brillante excepción, aunque ahora le vayan a llover los ataques - y el cuarto poder. El cuarto poder, en España, es el único colectivo que aún no ha hecho su transición a la democracia y ahora se encuentra con una revolución tecnológica, generacional y de conceptos que no está sabiendo asimilar. Puede que muchos debates mediáticos sobre el 11-M, basados en meras conjeturas o en piruetas de riesgo - no hablo, claro, de la investigación seria, que la ha habido - hayan hecho mucho daño a la conciencia moral y a la convivencia democrática en nuestro país. Ahora es el momento de restañar heridas.