Los 135.000 abueletes del Imserso han empezado a desfilar en el nuevo ciclo de estancias que acaba de abrirse. La Costa Blanca continúa siendo uno de los sitios con mayor número de peticiones. Alicante, fuera, aún tiene nombre. Bastante. Salvo este año, que habrá superado incluso a Galicia en lo referido al derroche que se han marcado esas nubes, ya saben fundamentalmente por qué. Porque por lo que ofrece, está claro que vive del pasado. No hace falta que lo digan los expertos, aunque también lo dicen. La primera excursión que se ofrece hoy en día a los visitantes es un viajecito a la Ciudad de las Artes y las Ciencias y a la actuación de los delfines en el Oceanográfic. Nuestra aportación fija es Guadalest. No tengo nada contra Guadalest pese a que me casara allí. Todo lo contrario. Además, no se puede evitar que sea pintoresco. Pero no olvidemos que el mayor atractivo está en cuesta y que no pocos de los componentes de los grupos que nos visitan tampoco se encuentran en condiciones de ser grandes escaladores. Yo mismo lo tengo desaconsejado en no pocas épocas gracias al disco rayado de la hernia. No es un problema de edad el que se nos presenta sino de atractivos para los que, a pesar de todo, no dejan de acudir. El rollete para los miles de pensionistas se concentra en Benidorm y hacia donde más se suelen mover es hacia derecha e izquierda del salón, según suene un bolero o un chachachá. Recuerdo cuando Mario Flores bregaba al frente del Puerto en la pelea por incrementar el número de cruceros, una vez que había logrado rascar de allí y de acá se encontraba con otro problema. El de que, una vez en tierra, había que ofrecerle a los turistas nada menos que algún plan.