S upone siempre un alivio que un político rectifique su error. Es de celebrar por ello que Mariano Rajoy considerara erradas sus declaraciones sobre el cambio climático y, después de sentir los efectos que sobre su primo produjo el cachondeo posterior, matizara sus opiniones. Dijo entonces Rajoy que no es tan listo como para no equivocarse nunca, ni tan tonto como para no advertir cuándo se ha equivocado. Excelente descripción de si mismo a la que debería considerarse obligado a ser fiel. Y en la sentencia del juicio sobre la barbarie del 11-M tiene una oportunidad excelente para demostrar que no es tonto, es decir, capaz de darse cuenta de que su obstinación en la modificación de la realidad sobre la autoría del atentado, y otros pormenores o insidias, fueron frutos de un error. Bien es verdad que ha tenido a su lado, como los ángeles que escoltaban los sagrarios, a dos de los principales responsables de la obstinación en una mentira, o de unas cuantas, desarboladas ahora por la Justicia. Quizá esa cercanía le ha impedido no hacer el tonto, según su propia explicación de esta semana, y rectificar el error a tiempo. Pero no hay que olvidar otras declaraciones de Rajoy para advertir sus contradicciones. Cuando fue portavoz del Gobierno de José María Aznar , donde hizo de casi todo, dijo al llegar que había dado órdenes a sus colaboradores de no mentir, que era preferible en todo caso mirar para otro lado. Mintieron y mintió, cuando les hizo falta, pero Rajoy fue muchas veces fiel a su lema de mirar para otro lado. Ahora, en medio de la teoría de la conspiración, ha sido leal a la inspiración con que lo ha venido ilustrando Aznar, que es a veces su propia cabeza y por cuyo resentimiento actúa en ocasiones, en coincidencia con los afanes de los medios de comunicación desde los cuales se le dictan las preguntas parlamentarias, pero en la medida en que le ha resultado oportuno, intuyendo por donde venía la sentencia, se ha dedicado a mirar para otro lado. Eduardo Zaplana , una de las encarnaciones más rotunda y grosera de la mentira en el PP, achaca mientras tanto a Zapatero en el Congreso que el único objetivo de su programa sea la división de los españoles, olvidando que la teoría de la conspiración ha supuesto un verdadero hachazo en nuestra sociedad. La gente de buena fe aspira a que el 11-M deje de ser materia de confrontación política, y el PP debería ser el primer interesado en que dejemos de ver la foto de los irresponsables políticos del gobierno de aquellos días, pero no parece que haya indicios de que vayan a dejar actuar al Rajoy listo, que se equivoca, y sí al tonto en que se convierte, según su propia declaración, si ni siquiera se da cuenta de que está equivocado. Así que tenemos garantizada la desvergüenza de la mentira como inmoral instrumento de la acción política.