V alencia no será líder hasta que PP y PSOE no trabajen conjuntamente frente a Madrid», ha declarado Francisco Ros García a EL BOLETÍN, el semanario económico que edita el grupo editorial de este periódico. Cabe deducir de esta afirmación que el primer ejecutivo del grupo industrial Ros Casares y presidente de la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD); en la Comunidad Valenciana reclama una estrategia que hecha en falta y debe ser así dado que el director del semanario, Cruz Sierra y su redacción apuestan por destacar esas palabras en el titular de apertura de la revista. No queda claro si el liderazgo que reclama el empresario valenciano se refiere al ámbito estrictamente económico o al político, si es que ambos pueden disociarse. En cualquier caso, el lamento - ¿o es un desafío - que plantea Ros García debe entenderse como fundamentado. Su implicación en la APD, la elite de los empresarios, hace suponer que no plantea sus palabras a humo de paja. En síntesis, lo que sugiere es la necesidad de que las dos formaciones políticas principales en la sociedad valenciana «se lo monten» en Madrid. O, para ser estrictos, «frente a Madrid», expresión no menos significativa y trascendente.

Al margen de ese planteamiento «frentista» - tal vez debido a que tanto la palabra como el concepto están muy de moda en Madrid - , la mejor forma de aplicar esa estrategia de trabajo conjunta pasa, indefectiblemente, por tener una acción coordinada en la Villa y Corte. Y eso nos lleva a tirar mano del tan traído y llevado «lobby» valenciano dentro de las murallas de la M-30, ese cinturón de asfalto que tanta incomprensión genera en ambos sentidos. Y, claro está, se vuelve de nuevo a la eterna discusión, seguramente bizantina, sobre si ese cuerpo extraño e intangible que es un «lobby» existe o no en su versión Comunidad Valenciana. Y de no existir, cómo diantre se crea y a partir de qué mimbres. En Washington DC y en menor medida en Bruselas funcionan los «lobbys» como si fueran unas instituciones más, algunas muy prestigiosas, otras temidas y siempre con capacidad de influencia, que de eso se trata - también como máquinas de generar ingresos, que gratis no hace nadie nada - .

Ahora bien, ya pueden ponerse, al alimón, a voz en grito el presidente Camps y su partner Pla que su sonido clamará en el desierto como no cuenten con el apoyo logístico requerido para que se les amplifique convenientemente, y no precisamente en decibelios. En este tipo de cosas los despachos de las madrileñas calles de Ferraz o de Génova no sirven, en el caso de que haya alguien que les escuche, y menos tal como está el patio en la Villa y Corte. Pero es que tampoco sirve la visita institucional del primero o la invitación a tomar café al Palacio de la Moncloa. La cosa funciona de otra manera. Al aserto de Ros García le faltan más sujetos y también varios complementos, tanto directos como indirectos; valencianos, por supuesto. Por ejemplo, sin ir más lejos, la propia clase empresarial, de la que este empresario es un magnífico representante. Es cierto que desde Abril Martorell y aquel episodio fugaz del «poder valenciano en Madrid» ( Solbes , Asunción , Alborch , Albero en el Gobierno, Císcar en el PSOE y otras ramas influyentes en la judicatura); la Comunidad Valenciana no ha «exportado» políticos para radicarse en la Villa y Corte. Tampoco empresarios y tantos otros. «D´on no hi ha no es pot traure», dicen los sabios del país.